miércoles, 27 de febrero de 2013

Lenguaje Visual


Hoy tuve clase de Lenguaje Visual. No terminé de entender bien de qué va la materia. Tiene como ochenta niveles a lo largo de la carrera y son todos teórico-prácticos. Puede ser porque llegué tarde, y se me cerraban los ojos del sueño, y también porque estaba sentada en un costado, y desde ese ángulo tenía una vista casi panorámica de todos en el aula. Me distraje pensando en cosas, mirando a las personas. Nunca fui buena para prestar atención y nada más. Prestar atención es aburrido. Puedo escuchar mientras hago otra cosa, más aún, necesito hacer algo mientras escucho aunque no implique mover ni un músculo.
Estuve pensando en porqué estaba ahí, en esa clase, cuándo había sido que yo había tomado esas decisiones y de qué manera; Lo mismo pensé sobre el resto de los que compartían aula conmigo. 
Unas cuantas veces, gente que no tiene ni idea pero quiere opinar me dijo que iba a estar todo lleno de hippies ¿No es eso lo que puede esperarse del arte? Cosas como "preparate" o "vos vas a convertirte en una más". Por eso me resultó raro encontrarme con un único hippie en toda la clase, o al menos el único que en verdad se parece a uno. El pelo algo largo y desprolijo, una barba que ocupa el 90 por ciento de su cara, la ropa así no más y unas Topper de lona sucias. No parece muy mayor, así que tal vez es uno de esos hippies que son hippies subvencionados por sus padres. Hoy le discutió a la profesora que una fila de luces de Led no forman una línea porque no son puntos. A los hippies les molesta no tener razón. Pero, además de él, no había hippies. Algunas chicas con pelo de colores, el must si querés ser Cool y transgredir. Otras rubias de pelo largo con pantalones chupines y plataformas, casi todas tenían cara de pretenciosas. Y no puedo dejar de mencionar ese grupo de chicas que se creen distintas y despreocupadas, pero son como todas las demás. Flequillo cortito y quizás desparejo, y un estilo entre moderno y hippie; combinando estampados raros con prendas de moda, y poniendo cara de intelectuales y desentendidas. Después había mucha gente con lentes de marco grueso, otros tantos con Zapatillas Vans; y el resto era de esa de esa gente que nada, su cara no dice nada, su ropa tampoco, ni su pelo, ni los gestos que hacen, ni tampoco lo que dicen. No sé cómo hacen los nada para ser nada y no ser algo.
Hubo algunas personas que me llamaron la atención en particular. El chico ese con la remera de los Rolling Stones, era diferente a todos porque tenía una remera de los Rolling Stones. Una chica con el mismo corte de pelo que yo pero teñido de un fuccia estridente. Ese par de amigos raros, ella tenía una mochila rosa, de esas inflables que se usaban a fines de los 90 y a principios de los 00. Cerca de ellos también estaba un chico que no tendría más de 19 años, al que se me antojaba mirar de reojo a cada rato, mientras él miraba todo con cada de entre miedo e interés, las dos cosas a la vez. Creo que si hubiera tenido mi edad o hubiera sido mayor ni lo hubiera mirado, pero algo en su cara de adolescente me hacía volverme hacia él todo el tiempo. Otra medio dientuda estuvo llamando la atención toda la clase, comentando cosas que no venían al caso y me pareció de verdad insoportable. Y al último que recuerdo, es a ese que me hizo acordar a un personaje de una serie que miro, del cual estoy platónica y verdaderamente enamorada. No se parecía tanto, pero hizo un gesto muy similar al suyo con las cejas y cautivo también mi mirada por unos instantes.
El caso es que en realidad tenía mucho sueño y no me importaba la gente que tenía al rededor, más que para asegurarme de que no se dieran cuenta de que se me cerraban los ojos. Estaba en primera fila y a menos de dos metros de los profesores. En realidad ellos estaban en primera fila para ver como me dormía la primera clase. Entonces me puse a pensar en porqué estudiarían arte todos ellos, qué pensaban que podían hacer, qué especialidad habría elegido cada uno. En realidad solo me preguntaba si ellos se sentían tan extraños y descolocados como yo. Porque todavía no entiendo como una puede estudiar para ser artista, o directamente ser artista, cuando en la sociedad actual tenés que ser algo y no alguien.
Para entonces ya había vuelto a un estado en el que podía al menos mantener los ojos abiertos y dejé todo eso para ponerme a prestar atención al profesor, que hablaba sobre el ingreso del video al arte contemporáneo  Mencionó un par de muestras en las que el video fue parte importante, entre ellas mencionó una de Duchamp en la Fundación Proa, a la que quise ir pero no encontré momento mientras duró. Acompañando eso dijo "ah, claro, a esa no fueron porque ahí no habían decidido estudiar arte todavía", un imbécil. En realidad me había caído simpático, pero eso que acababa de decir era innecesario e incisivo. Aunque creo que nadie le prestó atención, a mi me molestó, porque si no me conocés no opines ni me rebajes, aunque seas el más groso del universo. De todas formas no tenía nada contra él, y estaba a gusto en la clase, aún quedándome dormida. Así que lo dejé.
Lo gracioso es que minutos antes de ofenderme había estado haciendo lo mismo con todos mis compañeros. Y me resultaba muy gracioso pensar en que yo también tenía Vans y lentes de marco grueso, que en algún momento de mi vida fui un intento de hippie mantenida por mis padres, había caminado sobre plataformas  había pensado en teñirme el pelo de un azul eléctrico muy llamativo y hasta tengo el flequillo cortado como esas con "cara de intelectuales y desentendidas". Inclusive puedo decir que tengo algo de miedo cada vez que entro al aula, y si no comento nada en clase como la dientuda es por culpa de ese miedo. Resulta que al final eramos todos lo mismo, y estábamos por el mismo motivo, aunque capaz la mayoría no supiera cuál fuera; al menos yo no sabía, ni sé todavía. Odio estudiar, y no me gusta tener que estar con gente que no conozco. Pero sí que me gusta poder elegir lo que hago, aunque no sepa porqué. Por eso creo que no importa si soy hippie, pretenciosa, o me creo distinta y despreocupada, ni si voy a teñirme el pelo del color que sea. Importa que quizás un poco entendí, que aunque no sepa bien nada quiero elegir disfrutar, y disfrutar de lo que elijo. ¿Si la vida no es disfrutar  qué es entonces? También saqué la conclusión de que los hippies están extinguiéndose. Y debería averiguar un poco más sobre Lenguaje Visual, porque sigo sin tener idea de qué va.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Me decís

Te veo que decís cosas
me veo en las cosas que decís
me veo porque no estoy en ninguna
no sé como hacer para estar en tus cosas
quiero que me digas

sábado, 2 de febrero de 2013

Tostadas light y cuando alguien se sabe tu nombre.

Habían pasado como tres o cuatro días. O, no sé, quizás una semana, dos días, veinticinco. No sabía muy bien qué día era pero me pareció que era hora de volver a comer. Nunca me había pasado eso de no querer comer cuando me ponía triste. Pero es que esta vez no estaba triste, estaba más bien como muerta, como un sobre de sal usado; no está del todo vacío pero está roto y la sal que le queda va a ir a parar a la basura.
Tampoco sabía qué hora era, pero supuse que no podían ser más de las 11 de la mañana. El sol no estaba tan alto en el cielo, y aunque hacía días que no miraba un reloj todavía tenía el poder de diferenciar día y noche. No hacía mucho había sido de noche. Lo sabía porque no había podido dormir casi nada. Mientras llorás, si llorás muy fuerte y tenés ganas de seguir llorando no te podés dormir.
Lo mejor era ir a comprar algo para desayunar, lo que fuera. De repente tenía un hambre que podía atravesar paredes y comerse hasta las nubes que no había en el cielo esa mañana. Lo que seguro no pensaba hacer era vestirme. Era otoño y, la verdad, no hacía frío pero me puse la primer campera que encontré, y salí con la ropa que tenía puesta hacía ya más de un día. Por suerte el chino está a media cuadra, no te cruzás a nadie en media cuadra.
El supermercado chino de la esquina seguía tan horrible como siempre. El tipo de la caja con la uña del meñique larga, nunca quise ni imaginar en dónde mete esa uña amarillenta. Los pisos mal lavados, las góndolas con los productos medio, del todo, desordenados. El carnicero con la heladera-mostrador semi vacía, con los cuchillos en la mano, esperando que alguien le fuera a comprar aunque sea un cuarto de carne picada. Toda esa gente me conoce porque voy siempre a comprar ahí, pero me pareció una gran idea ignorar los saludos de todos y concentrarme en mi desayuno. Pensé en comprar cereal, pero me paré frente a los cereales y casi me largo a llorar de nuevo cuando vi los que él siempre compraba. Después pasé por las heladeras y sentí que me dolían los huesos cuando vi el yogur de frutilla y todos los tipos de quesos que vendían, porque él también tenía ese hábito horrible de mezclar cualquier cosa y solía desayunar yogur con un sandwich de queso y lo que encontrara para ponerle. La verdad que eso me parecía casi tan asqueroso como las uñas largas del chino de la caja, pero era mucho más lindo verlo comer que decirle que sus combinaciones alimenticias eran una porquería. A mi siempre me gustaba mirarlo haciendo cosas. Comiendo, mirando la tele, haciendo no sé qué en la computadora, mientras elegía qué ropa ponerse, cuando intentaba rascarse la espalda. Era como una enfermedad lo que tenía, porque el 99% de las veces era un tipo muy poco interesante, pero aún así no podía dejar de mirarlo. Y ahora me pasaba que salía hasta la esquina y  lo veía en todas las cosas que quería comprar; porque también era fanático del pan lactal, aunque es un pan de mierda. Le gustaban todas cosas de mierda, y a mi me gustaba todo lo que le gustaba porque yo también era una pelotuda cuando estaba con él. Al final terminé comprando unas tostadas light de esas que ya vienen hechas y son como comer cartón, porque lo único que no le gustaba era la comida de dieta. Iba a untarlas con ese queso crema horrible que tenía en la heladera desde no sé cuándo. Total, de última, de algo hay que morir.
Agarré también comida como para preparar almuerzo y cena, nunca sabés cuanto puede durar el pico de ganas de vivir después de días enteros de depresión extrema e injustificada. Abajo de la campera todavía tenía el pijama, y no me había peinado para salir a la calle. El chino me miraba raro mientras iba pasando todo lo que iba a llevar. A mi la verdad me importó un cuerno, porque por lo menos yo no tenía una uña larga y amarilla como la suya; si pasaba por la ducha y me calzaba cualquier vestido, ya parecía una persona decente de nuevo.
Pagué con unos billetes arrugados que había encontrado hechos un bollo arriba de la mesa en la cocina. Tuve que usar unas monedas que estaban en el bolsillo de la campera porque sino no me alcanzaba, siempre me olvido de salir con plata suficiente. Para esa altura la mirada del chino me había puesto un poco nerviosa y lo único que quería era irme de nuevo a mi casa donde nadie me miraba, para untar las tostadas lejos de cualquier uña larga oriental. 
Salí tan apurada y pensando en cualquier cosa que no vi que justo entraba alguien. Lo choqué con ganas y se me cayó al piso la bolsa, y un poco también la dignidad que me quedaba, que se escondía abajo de mi campera. Era mi vecino, ese que creo que vive en el piso de abajo, en el sexto. Siempre me lo cruzo en el ascensor pero nunca me animé a hablarle, porque antes solo tenía cosas estúpidas para decir. No me importaba el clima, la política, o el amor entre los famosos de turno que pasaban por televisión. Estaba ocupada mirando las cosas que él hacía; no mi vecino, digo el tarado de mi ex. Tenía ganas de comerme en cinco minutos todo lo que había comprado porque ahora me parecía realmente estúpido haber pasado días sin comer tirada en el piso, inmovil, pensando en porqué a mi y llorando con películas románticas y dramas. 
A todo esto, seguía levantando las cosas de la bolsa sin atreverme a mirar al del 6°, porque estaba toda sucia y había comprado tostadas light. Me fui muy rápido a mi casa, arrepentidísima de haber salido en pijama, no hacía falta. A nadie le interesaba mi estúpida depresión.
Ya fue, al rato me había olvidado, y el queso crema no estaba tan mal. Seguía untando las tostadas mientras buscaba algo para ver en la tele, no encontraba nada porque los sábados la tele es una mierda. Gracias a la tele había descubierto que era sábado, así que no tenía que encontrar una excusa para faltar de nuevo a trabajar. Mientras untaba la tercer tostada, pensando que aunque eran una porquería estaba muy bien volver a comer, sonó el timbre. No el de la puerta de calle sino el de arriba. Nadie tocaba ese timbre nunca, porque no conocía gente en todo el edificio. Cuando salí a mirar quién era no vi a nadie, pero había un cartel pegado del lado de afuera de la puerta. 
Qué bueno que nos chocamos hoy. Si no te hubiera visto así, despeinada, capaz no se me ocurría invitarte a cenar esta noche. Ah, me llamo Franco, sé que te llamás Paulina porque me lo dijo la del 7° b. Del otro lado del papel anoté mi celular. Espero que puedas, Franco.

P.D.: No te ofendas por eso de haberte visto despeinada, lo que trato de decir es que estabas muy linda.
Cualquiera lo que acababa de pasar. Era el vecino lindo del 6°, el del ascensor, el que acababa de verme en pijama y con cara de que llevaba una semana de depresión encima. ¿Sabría él que hasta hace unas semanas tenía novio y ahora ya no? ¿Qué era eso de dejarme un papel pegado en la puerta? ¿Por qué sabía mi nombre? ¿Qué iba a contestarle? Mientras lo pensaba comí como cinco tostadas más, no se puede tomar decisiones con el estómago vacío, y menos todavía si no comiste por una cantidad indeterminada de días. Para cuando se terminó el queso crema ya había decidido. En ese momento no me importaba mucho la góndola de los cereales ni el yogur de frutilla. Tampoco me interesaba agregar a mi vecino Franco como contacto en el celular, yo también iba a jugar. Busqué esa lapicera roja que me gustaba por cómo escribía, arranqué un pedazo del diario que tenía arriba de la mesa hace más de una semana, agarré la cinta scotch que me había llevado de la oficina, y bajé por escalera el piso que me separaba de lo de Franco, no tenía ganas de esperar un ascensor. Digo, no me interesaba agendarlo en el celular porque el juego tenía algunas reglas que acababa de inventar, teníamos que comunicarnos los dos por el mismo medio. Después de escribirle una nota y correr tras tocar el timbre subí a darme una ducha y ordenar un poco mi casa. No sé porque todavía tenía puesta la campera, pero me di cuenta de que hacía bastante calor aunque estábamos en otoño. Si no andaba en pijama, entonces, no necesitaba campera para ocultarlo. En poco rato había planeado hacer un montón de cosas esa tarde de sábado, el mundo parecía un lugar mucho mejor ahora que ya no estaba mimetizada con la alfombra del comedor. Lo que sí no planeaba hacer era peinarme mucho, tenía que mantener el estilo para esa noche.