viernes, 31 de agosto de 2012

Por todos lados

Marcas. Tengo marcas tuyas por todos lados. Marcas que no se ven. Marcas que no se van. Cuando siento que a la gente no le importo son tus marcas. Cuando tengo miedo de hablar son tus marcas. Cuando pienso que lo que digo no vale la pena son tus marcas. Cuando siento que me tratan de loca son tus marcas. Cuando odio todo son tus marcas. Cuando no quiero acercarme a la gente son tus marcas. Cuando no me animo a decir lo que siento son tus marcas. Cuando no quiero reconocer lo que me pasa son tus marcas. Cuando siento que no valgo son tus marcas. Cuando creo que no puedo ser feliz son tus marcas. Cuando quiero quedarme sola son tus marcas. Mis ganas de llorar son tus marcas. Lo que no me sale decirle a los demás son tus marcas, y si siento vergüenza de mi misma son tus marcas. Cuando no puedo escribir más que lamentos son tus marcas.
Una vez escribí que vos eras la primer mancha de tinta en el libro de mis días. Ahora quisiera poder arrancar esa hoja que arruina todas las demás. Ahora entiendo porque esa vez deseé que no fueras parte de mi vida. Ahora es cuando más deseo nunca haberte conocido. Estoy llena de marcas y todas tienen tu firma en un costado, gracias por nada.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Lo efímero

¿Qué significan las ganas de llorar cuando no te pasa nada que particularmente pueda hacerte llorar? ¿Cuán complicado puede llegar a ser contemplar el mundo de otra manera cuando pertenecés a él por completo? ¿Cómo tener idea de cómo caminar si ni siquiera sabés hacia dónde vas? 
Esas tres preguntas no son nada en comparación con las que tengo en mi mente. Pero no puedo convertirlas en palabras tan fácilmente. Seguro que es por eso que quiero llorar. O capaz es porque siempre pierdo, porque estoy en todos lados pero no soy de ninguno, porque me siento muy sola aunque nunca esté sola; porque nadie me entiende, y si alguien me entiende al final también es nadie y se va antes de llegar siquiera.
Ese es el problema. Lo efímero, circunstancial, esos instantes de nada que te hacen sentir que vas a despegarte del suelo para terminar diciéndote en la cara que, como los pingüinos, las personas no pueden volar. Al menos no cuando están solas. Y yo siempre estoy sola, y yo digo que me busco estar sola, pero también yo sé que hago trampa porque si no lo buscara estaría sola igual. ¿Quién querría quedarse conmigo? ¿Quién va a quedarse conmigo si yo no quiero quedarme en ningún lado? Soy yo mi propia trampa, y cuando uno está atrapado en uno mismo lo más difícil es salir sin salirse; porque si me salgo y me abandono me quedo sin mi y así no puedo ni siquiera estar sola. ¿Eso significan entonces las ganas de llorar?

miércoles, 8 de agosto de 2012

Regreso empieza con R de Resiliencia



- Hola, tanto tiempo, ¿Cómo estás? Qué linda que sos, Todavía tengo ganas de verte, Ahora maduré, Todo este tiempo pensé en vos, hice mucha historia al pedo, con que hablemos me conformo por ahora – Le estaba diciendo muchas cosas – falta poco para tu cumpleaños, podrías venir a mi casa – muchas demasiadas cosas -. No entendía muy bien qué le pasaba. Porque éste, seguía siendo el mismo inepto que había insistido hasta el cansancio hace unos meses, pero ahora no se cansaba, como antes, de leerlo una y otra vez. Y quería hablar con él, pero cada vez que lo hacía terminaba diciéndole que no y casi que discutían. ¿Cómo podía ser que discutieran si no se conocían?
Para ese entonces ya ni recordaba antiguos amores. Su mente estaba concentrada en decidir si derribaba el muro de las emociones o lo dejaba como estaba y seguía pateando cabezas masculinas por ahí. Este personaje en particular la confundía. Estaba casi segura de que no le interesaba, pero no podía dejar de interesarse en cualquier tipo de intercambio de palabras con él. Por su parte, el muchacho se había dado cuenta de eso y aprovechaba para ganársela en pequeñas cuotas. Un mensaje de dos palabras le hacía el día. “SOS HERMOSA :)” le decía, aunque nunca la había visto más que en fotos, y ella sonreía. Y enseguida le contaba a él que sonreía, por eso insistía el muchacho.
Había conseguido estirar todo con un “capaz el año que viene podemos conocernos”. Tan elocuente, faltaban 15 días para que empezara un nuevo año, pero a él no le había causado nada de gracia. Estaba muy ocupada, decía, finales en la facultad, su propio cumpleaños, y ya había arreglado cosas para el resto de los días. A él seguía sin causarle gracia, pero nunca había estado tan cerca de la victoria, así que fue paciente.
Por lo pronto, el saludo de cumpleaños la hizo sonreír en secreto, una vez más. Ya se atrevía a decirle a él también que era lindo y que tenía ganas de conocerlo, solo que no quería ir a su casa porque nunca lo había visto y le daba vergüenza. – Es para conocernos nada más, si querés charlamos de una punta de la habitación a la otra, solo quiero verte. – Por vergüenza decía ella, nada que ver con el asunto de que fuera en su casa, es que le daba vergüenza. Tenían que salir a algún lugar, pero cierto que él no salía porque era un chico de lo más raro. Entonces lo pensaba mejor y no sabía si quería conocerlo en realidad.
Cuando pidió tres deseos el día de su cumpleaños, uno fue dedicado a Boca, el club de sus amores (y uno de los motivos por los que lo había llegado a estar en contacto con él), otro se perdió ente varios anhelos anónimos y al rato lo había olvidado, y el tercero se lo dedicó a él: “espero que nunca seas parte de mi vida”. No sabía por qué había pedido eso, si estaba casi arreglado un encuentro para, finalmente, conocerse. Algo adentro suyo pedía a gritos que no fuera a meterse en ese lugar, era el muro de las emociones, que no quería ser derribado y hacía fuerza. O capaz era una señal. Meh, no era nada. En su momento no le dio tanta importancia.
Cuando faltaban tan solo dos o tres días para que llegara la noche de año nuevo acordaron que la semana entrante era ideal para conocerse. Lunes 3 habían dicho. Si ella no quería ir a su casa entonces iban a recurrir a un encuentro naïf a la luz del sol, completamente apropiado para personas que no se conocen. Pasaron los días y en las vísperas de ese encuentro dejaron de hablar. Ella ya se había ilusionado de algún modo, incluso habiendo deseado alejarlo de su vida, incluso aunque todavía no la convencía nada de él.
Llegó ese lunes. Ella esperaba una confirmación que no llegaba. Por su parte él hacía lo mismo. No sabían que iban a arruinarlo todo. Entonces a ella le sonó el celular. El mensaje decía que si no tenía ganas de verlo al menos podría haberle dicho que no. No entendía nada, había estado toda la mañana esperando un mensaje que dijera “pasá a tal hora” y en cambio recibía su enojo resumido en una frase corta. ¿Qué más podía pasar? Discutieron como si se conocieran, de nuevo, como una pareja desgastada por los años compartidos. No se conocían, y esta no iba a ser la fecha indicada para que finalmente lo hicieran.
Como era costumbre, al día siguiente él se había olvidado de lo sucedido y le hablaba como si nada. Ella había decidido que quizás no era tan malo ir a su casa, él decía que era para conocerse, nada más, y ella no sabía porqué, pero le creía. La fecha suplente era el viernes de esa misma semana. Viernes. Cuatro días más y se terminaba esa ridícula virtualidad.
Todo iba bien hasta que el jueves él se sintió gracioso y se le ocurrió decir que lo del viernes estaba en duda, por si ella llegaba a arrepentirse y le daba vergüenza de nuevo. Siguió ganándose su odio de a poco, y discutieron hasta que él se cansó de hablar y se fue. Siempre hacía eso, la dejaba hablando sola y después volvía, como si nada. Pero ella le daba permiso para que lo hiciera.
Esta historia estaba destinada a fracasar.

jueves, 2 de agosto de 2012

Resiliencia


A veces se preguntaba cuantas cosas de su historia tenían que ver con cómo era ella ahora. Le intrigaba mucho todo ese cuento de la psicología, el subconsciente, los sueños, lo determinante que podía ser cada suceso en la vida de una persona. Claro que todo eso le causaba intriga, pero no la suficiente como para hacer algo más que preguntarse pavadas una vez cada tanto.
Algo que le llamaba la atención de su existencia era la poca facilidad que tenía para superar etapas, dejar atrás momentos, emprender nuevos caminos. Resiliencia le decían. Había leído en internet que la resiliencia era la capacidad de sobreponerse a las adversidades. Estaba segura de que le faltaba de eso. Un día, una amiga estudiante de psicología, le dijo que era algo que se podía conseguir. Se podía conseguir con algún tipo de trabajo interior, suponía. Para eso tenía que prestarle más atención a las preguntas esas que le surgían una vez cada tanto. No tenía ganas de ocuparse de eso.
Resiliencia. Muchas veces pensaba en la palabra resiliencia. Se le venía a la mente así como si nada. Y todo porque un día la había leído en internet. Porque malgastaba su tiempo en internet llenando su cerebro de información que no servía para nada. Porque internet también la mantenía sujeta al pasado. Era como un veneno de esos que antes de matarte te llenan de un horroroso placer por dentro.
Resiliencia. De nuevo recordaba algo que no tenía que recordar. Es que la cuestión no era recordar sino todo lo que eso le provocaba. Pensar en algunas cosas hacía que esas cosas nunca se fueran. Ella sabía que no se iban pero no era capaz de hacer algo al respecto. Peor, no hacía nada al respecto porque no quería. Le gustaba cómo se sentía el veneno, para nada necesitaba a esa tal resiliencia.
Era una secuencia que se repetía desde que tenía memoria. A los trece, después a los diecisiete, a los diecinueve y ahora de nuevo a los veintiuno, que hacía medio año se habían convertido en veintidós. Primero porque estaba bien, era de chica preadolescente pensar y pensar en un chico que no te daba ni la hora, y dibujar corazones con su nombre, amarlo en secreto, meses y meses, años con su recuerdo, y un deseo escondido de algún día aunque sea ser contemplada por su mirada. Después porque el de los diecisiete había sido el primer alguien real. Le había dicho que la quería, que era linda; la sacó a pasear, le dijo que la extrañaba, se hizo el celoso, el ofendido, y después se alejó. Era normal que siguiera en sus pensamientos después del quiebre. Incluso hasta llegaba a resultar tierno verla preguntándose qué había salido mal, o cuál era la manera de volver a llamar la atención de aquel muchacho.
Ahora, no entendía qué había pasado a los diecinueve. A esa edad creía que podía llevarse el mundo por delante, hasta que lo conoció a él y en una noche le sacó todas esas ideas locas de la cabeza. Había sido la primer locura de amor, o lo que sea. Porque en realidad el amor dura más que una noche. Esa secuencia se repitió una y otra vez durante casi dos años. Dos inútiles años en los que solo sabía comparar a cualquier otro con él. Con él que había vuelto con un viejo amor dos semanas después de hacerla sentir especial. Dos años en los que su vida se sucedió de manera paupérrima, llenada de nada más que preguntas de esas que no sirven, de padres recomendando visitas al psicólogo e histerias del estilo "yo no tengo problemas, no me molesten, déjenme ser un seto sin vida en paz". Dos años pensando en una sola e insignificante noche, en desencuentros, e imaginando cómo hubiera sido su aburrida vida si esa noche se prolongaba en el tiempo.
Nada de eso servía, nada. Cuando tenía veinte estuvo casi decidida a resignarse y escribía pensando todavía en esa historia que nunca llegó a ser historia, como si nada más en la vida pudiera superar lo que había sentido en el lapso de esa lejana y tan solitaria única noche. Ni se imaginaba todo lo que le deparaba el destino.
Muy ocupada estaba comparando a todo hombre que se cruzara en su camino con aquel amor de años atrás. Ninguno le llegaba ni a los talones, no valían la pena. Y en eso apareció él. El verdadero protagonista de la historia que ella quería contar, o que no podía evitar contar, porque gracias a él había conocido la palabra resiliencia, porque todo.
Al principio pareció uno más, descartable como el resto. No cubría las espectativas, ninguno las cubría. Pero este en particular no las cubría. Tenía unos cuantos años más que ella, no tenía trabajo, ni amigos, ni le gustaba salir, ni le divertía nada. Solo sabía quejarse, decir que estaba muy solo, y rogar algún tipo cariño. Qué miedo le provocaba, lo único qué quería hacer era decirle que no, pero no podía. Ni siquiera lo conocía, todo era culpa de internet. ¿Qué hacía hablando con un desconocido? ¿Qué hacía hablando así con un desconocido? Una salida le pedía. De repente ella no necesitaba un psicólogo sino que era la mujer ideal, y él no podía dejar pasar esa oportunidad. De verdad le daba miedo. Mientras tanto, él hacía unos incomprensibles artilugios para conquistarla, que solo conseguían alejarlo más y más de la meta. ¿Qué le pasaba a este pibe? Nunca le había dado lugar para que hiciera tales escenas de celos, suplicas y acuses de abandono. Ni siquiera lo conocía, eso tenía que decirle, “no te conozco, pará”; pero no podía, le pedía perdón por no cubrir las espectativas. Era todo muy irreal, y así se rompió. El muchacho se rindió rápido y ella casi que lo olvidó con igual rapidez, o al menos eso creía.
Fue cuestión de meses. Capaz fue porque estaba aburrida, capaz no. Estaba segura de que no había sido casualidad. Internet, Twitter, mágicamente el conflictivo muchacho apareció en escena y ella pensó “uy, que interesante me parece lo que dice, podría empezar a seguirlo”. Internet, enseguida el volvió a buscarla por todo medio de comunicación posible. Ahora tenía trabajo y se hacía el centrado, y claro, volvieron a hablar.
Ella le decía que era diferente esta vez, ella lo leía diferente. No solo eso, lo leía diferente y además no lo comparaba con nadie. No se había dado cuenta, pero cerraba una patética etapa de su existencia para abrir otra que iba a superar todo tipo de record.