A veces se preguntaba cuantas cosas de
su historia tenían que ver con cómo era ella ahora. Le intrigaba
mucho todo ese cuento de la psicología, el subconsciente, los
sueños, lo determinante que podía ser cada suceso en la vida de una
persona. Claro que todo eso le causaba intriga, pero no la suficiente
como para hacer algo más que preguntarse pavadas una vez cada tanto.
Algo que le llamaba la atención de su
existencia era la poca facilidad que tenía para superar etapas,
dejar atrás momentos, emprender nuevos caminos. Resiliencia le
decían. Había leído en internet que la resiliencia era la
capacidad de sobreponerse a las adversidades. Estaba segura de que le
faltaba de eso. Un día, una amiga estudiante de psicología, le dijo
que era algo que se podía conseguir. Se podía conseguir con algún
tipo de trabajo interior, suponía. Para eso tenía que prestarle más
atención a las preguntas esas que le surgían una vez cada tanto. No
tenía ganas de ocuparse de eso.
Resiliencia. Muchas veces pensaba en la
palabra resiliencia. Se le venía a la mente así como si nada. Y
todo porque un día la había leído en internet. Porque malgastaba
su tiempo en internet llenando su cerebro de información que no
servía para nada. Porque internet también la mantenía sujeta al
pasado. Era como un veneno de esos que antes de matarte te llenan de
un horroroso placer por dentro.
Resiliencia. De nuevo recordaba algo
que no tenía que recordar. Es que la cuestión no era recordar sino
todo lo que eso le provocaba. Pensar en algunas cosas hacía que esas
cosas nunca se fueran. Ella sabía que no se iban pero no era capaz
de hacer algo al respecto. Peor, no hacía nada al respecto porque no
quería. Le gustaba cómo se sentía el veneno, para nada necesitaba
a esa tal resiliencia.
Era una secuencia que se repetía desde
que tenía memoria. A los trece, después a los diecisiete, a los
diecinueve y ahora de nuevo a los veintiuno, que hacía medio año se
habían convertido en veintidós. Primero porque estaba bien, era de
chica preadolescente pensar y pensar en un chico que no te daba ni la
hora, y dibujar corazones con su nombre, amarlo en secreto, meses y
meses, años con su recuerdo, y un deseo escondido de algún día
aunque sea ser contemplada por su mirada. Después porque el de los
diecisiete había sido el primer alguien real. Le había dicho que la
quería, que era linda; la sacó a pasear, le dijo que la extrañaba,
se hizo el celoso, el ofendido, y después se alejó. Era normal que
siguiera en sus pensamientos después del quiebre. Incluso hasta
llegaba a resultar tierno verla preguntándose qué había salido
mal, o cuál era la manera de volver a llamar la atención de aquel
muchacho.
Ahora, no entendía qué había pasado
a los diecinueve. A esa edad creía que podía llevarse el mundo por
delante, hasta que lo conoció a él y en una noche le sacó todas
esas ideas locas de la cabeza. Había sido la primer locura de amor,
o lo que sea. Porque en realidad el amor dura más que una noche. Esa
secuencia se repitió una y otra vez durante casi dos años. Dos
inútiles años en los que solo sabía comparar a cualquier otro con
él. Con él que había vuelto con un viejo amor dos semanas después
de hacerla sentir especial. Dos años en los que su vida se sucedió
de manera paupérrima, llenada de nada más que preguntas de esas que
no sirven, de padres recomendando visitas al psicólogo e histerias
del estilo "yo no tengo problemas, no me molesten, déjenme ser un seto
sin vida en paz". Dos años pensando en una sola e insignificante
noche, en desencuentros, e imaginando cómo hubiera sido su aburrida
vida si esa noche se prolongaba en el tiempo.
Nada de eso servía, nada. Cuando tenía
veinte estuvo casi decidida a resignarse y escribía pensando todavía
en esa historia que nunca llegó a ser historia, como si nada más en
la vida pudiera superar lo que había sentido en el lapso de esa
lejana y tan solitaria única noche. Ni se imaginaba todo lo que le
deparaba el destino.
Muy ocupada estaba comparando a todo
hombre que se cruzara en su camino con aquel amor de años atrás.
Ninguno le llegaba ni a los talones, no valían la pena. Y en eso
apareció él. El verdadero protagonista de la historia que ella
quería contar, o que no podía evitar contar, porque gracias a él
había conocido la palabra resiliencia, porque todo.
Al principio pareció uno más,
descartable como el resto. No cubría las espectativas, ninguno las
cubría. Pero este en particular no las cubría. Tenía unos cuantos
años más que ella, no tenía trabajo, ni amigos, ni le gustaba
salir, ni le divertía nada. Solo sabía quejarse, decir que estaba
muy solo, y rogar algún tipo cariño. Qué miedo le provocaba, lo
único qué quería hacer era decirle que no, pero no podía. Ni
siquiera lo conocía, todo era culpa de internet. ¿Qué hacía
hablando con un desconocido? ¿Qué hacía hablando así con un
desconocido? Una salida le pedía. De repente ella no necesitaba un
psicólogo sino que era la mujer ideal, y él no podía dejar pasar
esa oportunidad. De verdad le daba miedo. Mientras tanto, él hacía
unos incomprensibles artilugios para conquistarla, que solo
conseguían alejarlo más y más de la meta. ¿Qué le pasaba a este
pibe? Nunca le había dado lugar para que hiciera tales escenas de
celos, suplicas y acuses de abandono. Ni siquiera lo conocía, eso
tenía que decirle, “no te conozco, pará”; pero no podía, le
pedía perdón por no cubrir las espectativas. Era todo muy irreal, y
así se rompió. El muchacho se rindió rápido y ella casi que lo
olvidó con igual rapidez, o al menos eso creía.
Fue cuestión de meses. Capaz fue
porque estaba aburrida, capaz no. Estaba segura de que no había sido
casualidad. Internet, Twitter, mágicamente el conflictivo muchacho
apareció en escena y ella pensó “uy, que interesante me parece lo
que dice, podría empezar a seguirlo”. Internet, enseguida el
volvió a buscarla por todo medio de comunicación posible. Ahora
tenía trabajo y se hacía el centrado, y claro, volvieron a hablar.
Ella le decía que era diferente esta
vez, ella lo leía diferente. No solo eso, lo leía diferente y
además no lo comparaba con nadie. No se había dado cuenta, pero
cerraba una patética etapa de su existencia para abrir otra que iba
a superar todo tipo de record.
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