jueves, 2 de agosto de 2012

Resiliencia


A veces se preguntaba cuantas cosas de su historia tenían que ver con cómo era ella ahora. Le intrigaba mucho todo ese cuento de la psicología, el subconsciente, los sueños, lo determinante que podía ser cada suceso en la vida de una persona. Claro que todo eso le causaba intriga, pero no la suficiente como para hacer algo más que preguntarse pavadas una vez cada tanto.
Algo que le llamaba la atención de su existencia era la poca facilidad que tenía para superar etapas, dejar atrás momentos, emprender nuevos caminos. Resiliencia le decían. Había leído en internet que la resiliencia era la capacidad de sobreponerse a las adversidades. Estaba segura de que le faltaba de eso. Un día, una amiga estudiante de psicología, le dijo que era algo que se podía conseguir. Se podía conseguir con algún tipo de trabajo interior, suponía. Para eso tenía que prestarle más atención a las preguntas esas que le surgían una vez cada tanto. No tenía ganas de ocuparse de eso.
Resiliencia. Muchas veces pensaba en la palabra resiliencia. Se le venía a la mente así como si nada. Y todo porque un día la había leído en internet. Porque malgastaba su tiempo en internet llenando su cerebro de información que no servía para nada. Porque internet también la mantenía sujeta al pasado. Era como un veneno de esos que antes de matarte te llenan de un horroroso placer por dentro.
Resiliencia. De nuevo recordaba algo que no tenía que recordar. Es que la cuestión no era recordar sino todo lo que eso le provocaba. Pensar en algunas cosas hacía que esas cosas nunca se fueran. Ella sabía que no se iban pero no era capaz de hacer algo al respecto. Peor, no hacía nada al respecto porque no quería. Le gustaba cómo se sentía el veneno, para nada necesitaba a esa tal resiliencia.
Era una secuencia que se repetía desde que tenía memoria. A los trece, después a los diecisiete, a los diecinueve y ahora de nuevo a los veintiuno, que hacía medio año se habían convertido en veintidós. Primero porque estaba bien, era de chica preadolescente pensar y pensar en un chico que no te daba ni la hora, y dibujar corazones con su nombre, amarlo en secreto, meses y meses, años con su recuerdo, y un deseo escondido de algún día aunque sea ser contemplada por su mirada. Después porque el de los diecisiete había sido el primer alguien real. Le había dicho que la quería, que era linda; la sacó a pasear, le dijo que la extrañaba, se hizo el celoso, el ofendido, y después se alejó. Era normal que siguiera en sus pensamientos después del quiebre. Incluso hasta llegaba a resultar tierno verla preguntándose qué había salido mal, o cuál era la manera de volver a llamar la atención de aquel muchacho.
Ahora, no entendía qué había pasado a los diecinueve. A esa edad creía que podía llevarse el mundo por delante, hasta que lo conoció a él y en una noche le sacó todas esas ideas locas de la cabeza. Había sido la primer locura de amor, o lo que sea. Porque en realidad el amor dura más que una noche. Esa secuencia se repitió una y otra vez durante casi dos años. Dos inútiles años en los que solo sabía comparar a cualquier otro con él. Con él que había vuelto con un viejo amor dos semanas después de hacerla sentir especial. Dos años en los que su vida se sucedió de manera paupérrima, llenada de nada más que preguntas de esas que no sirven, de padres recomendando visitas al psicólogo e histerias del estilo "yo no tengo problemas, no me molesten, déjenme ser un seto sin vida en paz". Dos años pensando en una sola e insignificante noche, en desencuentros, e imaginando cómo hubiera sido su aburrida vida si esa noche se prolongaba en el tiempo.
Nada de eso servía, nada. Cuando tenía veinte estuvo casi decidida a resignarse y escribía pensando todavía en esa historia que nunca llegó a ser historia, como si nada más en la vida pudiera superar lo que había sentido en el lapso de esa lejana y tan solitaria única noche. Ni se imaginaba todo lo que le deparaba el destino.
Muy ocupada estaba comparando a todo hombre que se cruzara en su camino con aquel amor de años atrás. Ninguno le llegaba ni a los talones, no valían la pena. Y en eso apareció él. El verdadero protagonista de la historia que ella quería contar, o que no podía evitar contar, porque gracias a él había conocido la palabra resiliencia, porque todo.
Al principio pareció uno más, descartable como el resto. No cubría las espectativas, ninguno las cubría. Pero este en particular no las cubría. Tenía unos cuantos años más que ella, no tenía trabajo, ni amigos, ni le gustaba salir, ni le divertía nada. Solo sabía quejarse, decir que estaba muy solo, y rogar algún tipo cariño. Qué miedo le provocaba, lo único qué quería hacer era decirle que no, pero no podía. Ni siquiera lo conocía, todo era culpa de internet. ¿Qué hacía hablando con un desconocido? ¿Qué hacía hablando así con un desconocido? Una salida le pedía. De repente ella no necesitaba un psicólogo sino que era la mujer ideal, y él no podía dejar pasar esa oportunidad. De verdad le daba miedo. Mientras tanto, él hacía unos incomprensibles artilugios para conquistarla, que solo conseguían alejarlo más y más de la meta. ¿Qué le pasaba a este pibe? Nunca le había dado lugar para que hiciera tales escenas de celos, suplicas y acuses de abandono. Ni siquiera lo conocía, eso tenía que decirle, “no te conozco, pará”; pero no podía, le pedía perdón por no cubrir las espectativas. Era todo muy irreal, y así se rompió. El muchacho se rindió rápido y ella casi que lo olvidó con igual rapidez, o al menos eso creía.
Fue cuestión de meses. Capaz fue porque estaba aburrida, capaz no. Estaba segura de que no había sido casualidad. Internet, Twitter, mágicamente el conflictivo muchacho apareció en escena y ella pensó “uy, que interesante me parece lo que dice, podría empezar a seguirlo”. Internet, enseguida el volvió a buscarla por todo medio de comunicación posible. Ahora tenía trabajo y se hacía el centrado, y claro, volvieron a hablar.
Ella le decía que era diferente esta vez, ella lo leía diferente. No solo eso, lo leía diferente y además no lo comparaba con nadie. No se había dado cuenta, pero cerraba una patética etapa de su existencia para abrir otra que iba a superar todo tipo de record.

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