¿Qué significan las ganas de llorar cuando no te pasa nada que particularmente pueda hacerte llorar? ¿Cuán complicado puede llegar a ser contemplar el mundo de otra manera cuando pertenecés a él por completo? ¿Cómo tener idea de cómo caminar si ni siquiera sabés hacia dónde vas?
Esas tres preguntas no son nada en comparación con las que tengo en mi mente. Pero no puedo convertirlas en palabras tan fácilmente. Seguro que es por eso que quiero llorar. O capaz es porque siempre pierdo, porque estoy en todos lados pero no soy de ninguno, porque me siento muy sola aunque nunca esté sola; porque nadie me entiende, y si alguien me entiende al final también es nadie y se va antes de llegar siquiera.
Ese es el problema. Lo efímero, circunstancial, esos instantes de nada que te hacen sentir que vas a despegarte del suelo para terminar diciéndote en la cara que, como los pingüinos, las personas no pueden volar. Al menos no cuando están solas. Y yo siempre estoy sola, y yo digo que me busco estar sola, pero también yo sé que hago trampa porque si no lo buscara estaría sola igual. ¿Quién querría quedarse conmigo? ¿Quién va a quedarse conmigo si yo no quiero quedarme en ningún lado? Soy yo mi propia trampa, y cuando uno está atrapado en uno mismo lo más difícil es salir sin salirse; porque si me salgo y me abandono me quedo sin mi y así no puedo ni siquiera estar sola. ¿Eso significan entonces las ganas de llorar?
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