viernes, 9 de mayo de 2014

Doña muerte y su sombrero floreado

Hay un momento bastante temprano de la vida en el que a la gente grande la mirás desde abajo y pensás en que algún día muy lejano vas a ser como ellos, o no pensás, porque te da mucho miedo saber que algún día vas a ser como ellos. Del modo que sea, ese muy lejano se te cae encima cuando la vida te sorprende antes de lo que esperabas, pero es a la vez tan lejano que se vuelve un espejismo y es imposible de alcanzar.
Entonces un día te mirás al espejo y sos una persona, pero no sabés bien cómo. Cumplís horarios, un rectángulo de papel impreso dice que sos profesional e igual seguís estudiando porque hay que correr siempre atrás de algo que andá a saber qué es. Y te llenás de listas con pendientes, te olvidás de la gente que querés, y dejás un poco las cosas que te gustan porque hay asuntos más urgentes, mientras que otras que antes te entretenían de a poco te dejan de interesar y ya no te divierte ser como alguna vez fuiste. Y te cansás de la gente, pero tampoco aguantás vivir sumido en la más monótona soledad. Y empezás a ver que nada alcanza, que podrías y hasta deberías dar siempre un poco más, y te dicen cómo ser mejor; tenés que aprender a no estar cómodo y no podés tener miedo porque para eso tuviste tiempo cuando mirabas desde abajo. Ahora ya estás arriba, pero tenés cada vez más miedo, no sabés cómo se mira al horizonte y parece que todos saben, entonces por las dudas también les tenés miedo a ellos, y sin darte cuenta te convertís en tu miedo, y en todo lo que hacés hay miedo, y para cada paso tenés una pregunta que solo podés responder con otra pregunta o con más miedo, ¿quién me mandó a estar acá? ¿por qué tengo que bancarme todo esto? Y si tenés miedo no tenés ideas, entonces no podés responderte y ahora aparte de miedo tenés la frente llena de signos de interrogación y no ves nada.  No te queda otra que imporvisar, pero sentís que de a poco te vas gastando, porque no tener planes es a la vez no tener metas, y como no tenés metas no llegas nunca a ningún lado y te cansás de tantas preguntas, pero también te cansás de todo lo que tenés que hacer y te gastás. 
De repente te volvés a mirar al espejo y ya no sos el futuro sino que sos la muerte, una diferente cada día, con un sombrero grande lleno de flores que esconde las preguntas, y los ojos pintados para que no se note el miedo.
Cuando de suerte te escapás un ratito de todo eso te reís y sentís que volviste de la muerte, que no era tan definitiva, que hay un lugarcito en el que todavía tenés chances de brillar; pero cuando retornás al exilio de todos los anhelos no volvés a ser el de antes, sos a medias y estás esperando ansioso la próxima muerte, porque si de algo podés estar seguro en esta vida es que cada tanto te toca morir. 
Alguna que otra teoría dice que si volvés de alguna muerte y tenés la chance de seguir viviendo, podés aprenderte bien cómo fue que llegaste hasta ahí para no volver a tomar ese camino. Si es cierto que de cada muerte se aprende un poquito que vengan todas con sus sombreros, entonces, porque no vemos la hora de que nos enseñen a matar al miedo para mirarnos al espejo y no ver sólo huesos.