domingo, 30 de septiembre de 2012

Saturno

No sé bien que quería decir. De repente como que me olvidé un toque. Son las 6:33 de un domingo. Acabo de terminar de ver una película y todavía no dormí, porque, no sé, la película. No tengo sueño además, y ya es de día. Tengo las cortinas de mi puerta corrediza cerradas, pero veo como entra el sol por los costados. Igual está todo oscuro, no tengo ventanas. Por eso la puerta es de vidrio, porque sin sol me seco cómo las plantas.

Me está resultando imposible averiguar si no puedo dormirme porque me tomé unos vasos de fernet, o si fue la película que me dejó pensando. Pasaron cosas en la película. Un día hace poco me la mencionaron, eso también me dejó pensando, me parece. 


Hace tiempo que dejé de creer en las casualidades, si todo fuera casualidad la vida sería muy aburrida. Es mucho más entretenido estar segura de que todo tiene que ver con todo, y que lo que parece coincidencia tiene una razón de ser y existir. Por eso me llamó la atención que eso de las casualidades y el destino estuviera como metido entre medio del argumento. Además aparecía el Planetario en la película, el Planetario. La chica que hablaba del Planetario decía que la construcción esa, tan simpática, está inspirada en Saturno. Es mi planeta favorito, porque tiene esos anillos al rededor; es algo así como un CD atravesando una esfera de telgopor. Debe ser gigante Saturno, y está muy lejos, pero muy. Porque, digo, si me parece que Corrientes y Florida queda lejos de casa, Saturno queda mucho más lejos. Ni siquiera sé si Saturno existe de verdad porque nunca lo vi, pero está el Planetario.


De otra cosa más hablaba la chica de la película, de porqué le gustaba ir al Planetario. Cuando estaba ahí sentía que era una partecita muy chica del universo enorme e interminable, decía, y eso fue lo que me pasó toda la semana. En el afán de desperdiciar mi vida me pasé varias horas, en más de una ocasión, leyendo notas de astronomía en blogs clase C, con faltas de ortografía y cosas así. Ahora sé que la corteza del lado oscuro de la luna es más gruesa y por eso hay cráteres más pequeños, sé que cerca de la tierra hay un planeta habitable que gira al rededor de una estrella y tiene ciclos de traslación de 28 días; sé que la luna Titán, de Saturno, tiene atmósfera, y se sospecha que podría haber vida que sobrevive a base de metano, como los primeros seres vivos de la tierra. Un montón de información que no me sirve para nada, pero lo sé todo. Y me siento un poco más insignificante ahora. Sé que jamás voy a ver a Saturno, porque es muy grande, y mis ojos muy chiquitos. Sé que no soy para nada relevante en el universo, pero acá estoy, despierta a las 6:45 escribiendo como si nada.


Lo que pasaba con la chica, era que que era muy infeliz. Trabajaba de algo que nada que ver con ella, y no encontraba a Wally en la ciudad. Yo pensaba que, pobre, porque buscar a Wally es re difícil. Y también pensaba que yo hace poco me hice llamar Wenda por un tiempo, porque me hacía la que era la novia de este tal Wally, aunque que en realidad ni lo conozco en persona; sólo lo vi en dibujos que me ponen nerviosa porque tienen el trazo como rugoso.


No sé, nada más eso. Al final ver esa película como que se fue a la mierda. Porque, en realidad, pensaba que iba a ser medio mala y me iba a arrepentir de no dormir; pero ahora no puedo dejar de pensar que todo tiene que ver con todo, y que también Saturno. Es que si no existen las casualidades yo debería creérmela más y no decir que soy la que insiste pero abandonar en el primer round porque le fallo a mis principios no casuales.


No, ni idea de qué estoy hablando, pero me pareció muy simpático ver cómo la vida casi cruzaba a dos personas como por dos horas de película, no se veían porque miraban para cualquier lado. Y hacían las mismas cosas, y querían las mismas cosas. Hasta interactuaron por internet sin saber que hablaban el uno con el otro. Y entonces se vieron, porque obvio que se tenían que ver. Porque él era como Wally, pero de carne y hueso, y vivía en la tierra. No en saturno, ni en Titán, ni en ningún planetoide de años cortos; y era su vecino. Tanta casualidad no era casualidad, porque las casualidades no existen. Pero después de que se vieron se volvieron a ver de nuevo, eso fue lo que pasó. 


Capaz que justo se me ocurrió pensar esto, que qué lástima que vos no tenías ganas, qué se yo, todavía no creo que exista ninguna casualidad.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Palabras podridas.

Tengo los lentes puestos, chocolates, un vaso de Coca Cola. Estoy sentada frente al escritorio, que mira a una pared desde la que un pingüino dibujado con tizas piensa "No estoy tan solo si estoy conmigo!". Todo encaja perfecto con esas ideas que se cruzan por mi mente. Ideas que se cruzan por mi mente hace días, semanas, meses, años quizás. Escucho voces, algunas más claras, otras en versión digital, transformadas en letras. Las escucho a todas. "Podemos vernos como amigos, pero igual que mi novia no se entere", "Me gustás, pero es raro porque ya sé que no va a pasar nada más que esto entre nosotros", "Perdón, te quiero pero no puedo dejar a mi novia, la venimos remando", "No estoy como para empezar nada ahora", "No me presiones, me asfixiás", "Sí, ya sé que tengo novia, pero con ella es distinto porque es amor", "si te portás bien y no te ponés loquita de nuevo podemos seguir haciendo esto", "Está mal lo que hacemos, sos muy chica vos, y me gusta otra", "a vos te hago mierda, pero estoy enamorado, ella es mi futura novia", "¿Histérico yo? pf, vos histérica", "capaz tenés razón y el problema soy yo, pero bueno, es lo que hay", "Me mandé una cagada con mi novia, solo vos me entendés y podés auyudarme", "Sé que debería ser más agradecido, pero a mi me gusta estár solo, viste", "basta, no me molestes más". Las escucho y pienso esto, que me gustaría tener menos memoria a veces. Porque la memoria no sirve para nada si almacena recuerdos malos. No sirve si se guarda palabras horribles y perturbadoras que solo alimentan teorías de eterna soledad y desentendimiento con el mundo.

Las palabras son algo muy lindo. Tan lindas las palabras, que pueden construir miles de millones de frases llenas de cosas buenas y llenas de todo; y a mi me sigue pareciendo muy triste que el mundo las use para matar. Si tan solo pudiéramos llegar a conocer el verdadero valor de las palabras, podríamos usarlas para construir cosas increíbles, levantar edificios imaginarios de miles de pisos, o casitas chiquitas pero pintorescas; en vez de hacer que las selvas tropicales estallen y desaparezcan, arrasadas por las llamas filosas de nuestras horribles y sonoras palabras.

Yo siempre cuido mis palabras, o al menos eso intento. Intento aprender a tratarlas como un tesoro. Usarlas cuando el momento lo amerita, quizás también cuando no, pero siempre para decir algo que construya. Y si mi algo no construye, porque no siempre es fácil construir, mi cometido es al menos no destruir. Porque si es que la memoria de todos funciona tan bien a largo plazo como la mía, considero importante no dejar marcas de mugre en los recuerdos de otros. Digo, no me parece justo que mis recuerdos estén llenos de palabras vacías, de excusas y abandonos. No me parece justo que mis memorias me digan una y otra vez que nunca van a elegirme a mi, porque así yo me creo que es cierto; que no me lo merezco, que siempre va a ser de la misma manera. Puedo llegar a creer que para nada valgo la pena, que sí pero no; que todo bien, pero andate por donde viniste porque al final eras poco para mi.

Resulta que después vienen los que no son responsables de toda esa sarta de recuerdos espantosos, y te dicen que no tenés por qué sentirte tan poca cosa; que te animes, que la vida es vivir, que como te ven te tratan y si vos misma te maltratás los otros te van a maltratar todavía más. Y te sacudís un poco el cerebro para que se acomoden las ideas, y salís. Como si entre las hendijas de tus sesos ya no descansaran los rechazos del mundo hacia tu persona, como si no estuviera todo lleno de fantasmas. Y saltás por el trampolín con la adrenalina a niveles sumamente altos, y en la pileta no había agua, y te querés morir porque lo único que te faltaba era darte la cabeza contra el fondo de cemento para que tu cerebro quede más afectado todavía. Un hematoma se puede ir rápido y todo parece quedar como nuevo. Pero las secuelas adentro no te dicen lo mismo, y de a poquito afloran de nuevo todos los momentos llenos de palabras que cortan, para mutilar cualquier tipo de envión valiente, alborozo o sonrisa triunfal.

A mi no me digan que estoy equivocada cuando me miro con ojos compasivos. Al final siempre tengo razón. Y si quieren discutirme van a tener que vérselas con todas las palabras pútridas que ocupan espacio en mi cerebro. Ellas pueden demostrarle a quien sea que los libros de auto-ayuda pierden por afano cuando se los contrarresta con recuerdos vomitivos y con la razón.

Déjenme decir que no estoy tan sola si estoy conmigo, y que en esos términos no necesito a nadie. Aunque no esté segura de si estoy, o ya me fui yo también con mis palabras.