jueves, 13 de septiembre de 2012

Palabras podridas.

Tengo los lentes puestos, chocolates, un vaso de Coca Cola. Estoy sentada frente al escritorio, que mira a una pared desde la que un pingüino dibujado con tizas piensa "No estoy tan solo si estoy conmigo!". Todo encaja perfecto con esas ideas que se cruzan por mi mente. Ideas que se cruzan por mi mente hace días, semanas, meses, años quizás. Escucho voces, algunas más claras, otras en versión digital, transformadas en letras. Las escucho a todas. "Podemos vernos como amigos, pero igual que mi novia no se entere", "Me gustás, pero es raro porque ya sé que no va a pasar nada más que esto entre nosotros", "Perdón, te quiero pero no puedo dejar a mi novia, la venimos remando", "No estoy como para empezar nada ahora", "No me presiones, me asfixiás", "Sí, ya sé que tengo novia, pero con ella es distinto porque es amor", "si te portás bien y no te ponés loquita de nuevo podemos seguir haciendo esto", "Está mal lo que hacemos, sos muy chica vos, y me gusta otra", "a vos te hago mierda, pero estoy enamorado, ella es mi futura novia", "¿Histérico yo? pf, vos histérica", "capaz tenés razón y el problema soy yo, pero bueno, es lo que hay", "Me mandé una cagada con mi novia, solo vos me entendés y podés auyudarme", "Sé que debería ser más agradecido, pero a mi me gusta estár solo, viste", "basta, no me molestes más". Las escucho y pienso esto, que me gustaría tener menos memoria a veces. Porque la memoria no sirve para nada si almacena recuerdos malos. No sirve si se guarda palabras horribles y perturbadoras que solo alimentan teorías de eterna soledad y desentendimiento con el mundo.

Las palabras son algo muy lindo. Tan lindas las palabras, que pueden construir miles de millones de frases llenas de cosas buenas y llenas de todo; y a mi me sigue pareciendo muy triste que el mundo las use para matar. Si tan solo pudiéramos llegar a conocer el verdadero valor de las palabras, podríamos usarlas para construir cosas increíbles, levantar edificios imaginarios de miles de pisos, o casitas chiquitas pero pintorescas; en vez de hacer que las selvas tropicales estallen y desaparezcan, arrasadas por las llamas filosas de nuestras horribles y sonoras palabras.

Yo siempre cuido mis palabras, o al menos eso intento. Intento aprender a tratarlas como un tesoro. Usarlas cuando el momento lo amerita, quizás también cuando no, pero siempre para decir algo que construya. Y si mi algo no construye, porque no siempre es fácil construir, mi cometido es al menos no destruir. Porque si es que la memoria de todos funciona tan bien a largo plazo como la mía, considero importante no dejar marcas de mugre en los recuerdos de otros. Digo, no me parece justo que mis recuerdos estén llenos de palabras vacías, de excusas y abandonos. No me parece justo que mis memorias me digan una y otra vez que nunca van a elegirme a mi, porque así yo me creo que es cierto; que no me lo merezco, que siempre va a ser de la misma manera. Puedo llegar a creer que para nada valgo la pena, que sí pero no; que todo bien, pero andate por donde viniste porque al final eras poco para mi.

Resulta que después vienen los que no son responsables de toda esa sarta de recuerdos espantosos, y te dicen que no tenés por qué sentirte tan poca cosa; que te animes, que la vida es vivir, que como te ven te tratan y si vos misma te maltratás los otros te van a maltratar todavía más. Y te sacudís un poco el cerebro para que se acomoden las ideas, y salís. Como si entre las hendijas de tus sesos ya no descansaran los rechazos del mundo hacia tu persona, como si no estuviera todo lleno de fantasmas. Y saltás por el trampolín con la adrenalina a niveles sumamente altos, y en la pileta no había agua, y te querés morir porque lo único que te faltaba era darte la cabeza contra el fondo de cemento para que tu cerebro quede más afectado todavía. Un hematoma se puede ir rápido y todo parece quedar como nuevo. Pero las secuelas adentro no te dicen lo mismo, y de a poquito afloran de nuevo todos los momentos llenos de palabras que cortan, para mutilar cualquier tipo de envión valiente, alborozo o sonrisa triunfal.

A mi no me digan que estoy equivocada cuando me miro con ojos compasivos. Al final siempre tengo razón. Y si quieren discutirme van a tener que vérselas con todas las palabras pútridas que ocupan espacio en mi cerebro. Ellas pueden demostrarle a quien sea que los libros de auto-ayuda pierden por afano cuando se los contrarresta con recuerdos vomitivos y con la razón.

Déjenme decir que no estoy tan sola si estoy conmigo, y que en esos términos no necesito a nadie. Aunque no esté segura de si estoy, o ya me fui yo también con mis palabras.

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