lunes, 23 de septiembre de 2013

Muerte

No digo que quiera hablar sobre muerte. Nadie quiere hablar sobre muerte cuando la vida en la tierra es tan linda y hay tanto que probar. Es mucho más fácil de lo que parece, digo, hablar de muerte. Porque la muerte está en todos lados. Un poco como muerte, y un poco como otras cosas. Tampoco me parece que sea tan mala la muerte, porque es la que le da sentido a la vida; a no dejar todo para mañana porque de a poco se termina el tiempo. Ese tiempo que en realidad no existe, pero existe, porque si la vida se agota hay que medir cuánto queda para no matarnos demasiado temprano.
En realidad me parece que cuando digo muerte lo que quiero decir es más bien algo como esto; el colchón de la cama hundido, los cajones a medio cerrar, el espejo sucio, el escritorio lleno de cosas, la montaña de ropa arrugada en la silla, las medias sucias por el piso, la repisa bañada de polvo, los libros desordenados, cables enredados en una caja, dibujos sin terminar apilados en un rincón, velas consumidas. las paredes con manchas de humedad, la cortina rota, las bolsas vacías, los papeles de caramelo en el piso, el polvo de una sombra rota esparcido por el acolchado, el despertador sin pilas y los lápices sin punta. Porque muerte no es morirse desangrado, o de un paro cardíaco, o dejar de respirar. Muerte es taparle las cañerías a las ganas, hacerle un piquete a los planes por nacer. Muerte es que no te den ganas de terminar nada de lo que empezás, no querer el lugar en el que estás, elegir cualquier cosa antes que elegirte. Muerte es hacerte amiga del hueco del colchón, de los papeles de caramelo, los dibujos sin terminar y el polvo que se acumula en los muebles. Muerte no es tanto morirse, sino más bien dejar que la vida te mate.
Yo no quiero guardar la ropa de la silla, ni sacarle punta a los lápices. Yo no quiero que la vida me mate.