A veces me olvido de tu cara. No es que me la olvide realmente. Digo, la vi tantas veces que no tengo ni que pensar cuando te recuerdo. Igual me olvido, de como movés las cejas, de cuán recta es tu nariz, de si te mordés o no el labio, de cómo se siente tu piel cuando te afeitás. Y me acuerdo de tu cara como me acuerdo de un paisaje, con vida pero inmóvil, una foto permanente. Sin expresión, vacío, porque así eras, vacío. A toda hora, todos los días, todo el tiempo, vacío.
A mi tampoco me gustaba jugar al romanticismo, ¿para qué? Es otra forma de mentirse. Lo que sirve es ir de frente, como salga pero ir. Eso te decía siempre. Tu problema era ese de no ir a ningún lado. Tampoco le veo la gracia, y por eso digo que tu cara es como un paisaje. Hermoso pero lejano, inmóvil e inmenso, sublime pero aterrador.
Otras veces me acuerdo de algunas cosas, una sonrisa quizás, pero no de cómo movías las cejas, o de si te mordías el labio. Esos son detalles, y entre nosotros no había detalles. Me acuerdo de todo lo que era relevante, de todo lo que era todo. De tus manos, de cómo me tocaban, de que tu pelo me hacía cosquillas cuando te apoyabas entre mis hombros. De tu respiración, rápida y después más lenta, después rápida de nuevo. De los besos en el cuello y de que me mordías las orejas, de que durábamos para siempre entre las cuatro paredes de tu monoambiente con ventana al pulmón del edificio, aunque no duramos.
Igual lo de las orejas sí es un detalle, pero no había mucho detalle entre nosotros, no lo necesitábamos. Tampoco al romanticismo, podíamos mentirnos de otras maneras. Yo te mentí, cuando te dije que así ya no quería no era cierto. Te mentí, no era por los detalles, pero nunca pude decirte eso del paisaje inmóvil, y de cómo me asustaba y me gustaba quedar atrapada ahí adentro de la foto. No quería detalles, y creo que te diste cuenta, pero no hiciste nada. Vos no querías darme detalles, porque nunca hacías nada, porque no ibas a ningún lado. Porque eras un paisaje, pero también eras el monoambiente, y no te asomabas ni a la ventana porque daba al pulmón.
Ahora creo que extraño tu respiración y lo de las orejas. A veces me olvido de cómo es tu cara y, si lo pienso mejor, creo que me molestaba cómo movías las cejas.