jueves, 8 de septiembre de 2011

Sol y tormenta


Hacía muchos días que no estaba todo tan soleado como ese. Amaba al sol, como hacía brillar las cosas, la calidez de la que la llenaba cuando caminaba pisando su luz en las veredas. Pero sin embargo, el sol no era suficiente para que sonriera, de hecho, hasta quería llorar. No sabía dónde había olvidado su buen humor habitual. Generalmente, nada la perturbaba de esa manera, y no entendía cómo había llegado a sentirse así.
Siempre le había dado vergüenza llorar en público, así se había aguantado muchas veces el llanto, en muchas ocasiones, por varios y diferentes motivos. Nunca había entendido por qué le daba vergüenza, pero muchas cosas le daban vergüenza así que no se lo preguntaba demasiado.
En ese momento estaba siendo muy costoso devolverle la sonrisa al sol, sentía que caminaba más despacio de lo habitual, casi se había olvidado de lo que le había dolido el pie días atrás. Acababa de hacer unas compras y cargaba con sus abrigos en brazos, tal vez eso la hacía llevar un ritmo lento al caminar. Mentira, no era eso, sabía que caminaba lento porque quería llorar, porque pensaba que quizás, caminando lento, podía transportarse a otro lugar en el que todo doliera un poco menos. No era el pie lo que le molestaba, ni que lo que cargaba le hiciera doler el brazo y la espalda; tenía imágenes, palabras, cosas en la cabeza que no podía borrar. Algunas eran felices y el dolor parecía volverse placer, otras sonaban fuertes y cortantes raspando algo adentro suyo, el resto eran espacios vacíos que nunca había conseguido llenar más que con su imaginación y expectativas, de esas que al final nunca se cumplen.
No supo como pasó, pero se vio en la vidriera de un local y lloraba. Lloraba y sentía que todos la miraban. Ahora estaba llena de vergüenza además de sentirse invadida por todas esas cosas que solo conseguían hacerla llorar más. En realidad, no sabia si estaba llorando de verdad. No había alcanzado a ver a través de ese vidrio si alguna lágrima caía por su rostro. Daba igual, pensó, porque ella sabía que ya lloraba por dentro.
No sabía con certeza porque era tan fuerte eso de querer llorar. Recuerdos buenos, espacios vacíos, nada le había parecido nunca tan serio y grave como para ponerse así. Creía que había superado muchas de las cosas que en ese momento la aturdían. Pensaba en él, pensaba en ellos. En realidad no sabía nada de ningún ellos. Había armado, de nuevo, un rompecabezas imaginario juntando y rellenando a su gusto los espacios incompletos con cosas que no conocía en verdad. Inventaba momentos felices protagonizados por ellos, que la llenaban de esa nada que la hacía sentir vacía aunque conservara todos los órganos de su cuerpo; inventaba esa felicidad rebalsando de los dos, que hubiera notado a simple vista con tan solo verlos en una foto juntos, si esa foto hubiera existido. Seguía inventado, pero inventaba todo lo que había soñado para ella, para ellos, cuando el ellos la incluía en la ecuación, esa ecuación que nunca dio resultado. Pensaba en más, en todo lo que no le salía todos los días de su vida, todo lo que no le gustaba, en todo eso en lo que había aprendido a conformarse y sonreír. Hoy no tenía ganas de sonreír por nada, ni por el sol, ni por las compras, ni porque ya no le dolía el pie; porque incluso hasta el pie se cansaba de ella y estaba volviendo a molestarle.
Caminaba y sentía que la gente seguía mirándola, la miraban fijo, la miraban con lástima, sentía que todos sabían lo que le pasaba y se reían de ella; efectivamente lloraba en público, porque sino nadie la hubiera mirado así. En cada lágrima una imagen se iba. Primero una feliz, después alguna palabra de las que lastimaban, después algún espacio vacío, después alguna invención sobre ellos, después esas cosas que siempre le salían mal, volviendo a empezar enseguida con las imagenes felices, que no eran muchas pero habían echado raíces profundas adentro suyo llenando todo de flores que ahora estaban marchitas y ocupando lugar.
Había dejado de llorar, o quizás nunca había llorado. Tenía que dejar de inventar cosas. Tenía que saber que casi todo en la vida era reemplazable; y más aún, todo eso a lo que le daba más importancia de la que, intentaba convencerse, debía tener. Ella no podía dejar de inventar, o restarle importancia a todo lo que había ocupado su vida, su tiempo, sus ratos libres y sus sueños los últimos nueve meses.
Nueve meses era demasiado, algo tenía que poder hacer. Por ese entonces decidió que lo primero era dejar de llorar, aunque todavía llorara por dentro. No iba a doler por mucho tiempo más, o al menos eso esperaba; entonces se dijo: "Desde este preciso instante estoy intentándolo"; y creyó convencerse de que por primera vez en varios meses iba a intentar, de verdad, cumplir con alguna de las cosas que se había propuesto; con la ilusión de que todo lo que la atormentaba iba a convertirse pronto en un recuerdo, de los que se archivan y son solo recuerdos. Recuerdos que no molestan ni hacen llorar.

1 imaginantes:

Publicar un comentario