Una cosa que me gusta mucho es reírme, reírme y sonreír: Siempre me pareció algo estúpido pero a la vez estupendo, inevitable, y un acto capaz de curar casi cualquier mal. Por otro lado me pasa que odio reírme. Me río demasiado, y de cualquier cosa. Me río en situaciones inadecuadas, y por los motivos equivocados. Cuando tengo vergüenza, cuando estoy nerviosa, cuando no sé qué decir, me río. Y tampoco me gusta cómo se me pone la cara cuando me río. A la mayoría de la gente le pasa que se deforma cuando se ríe, en lugar de ponerse más linda por la liberación de endorfinas. Pero a mi particularmente me molesta la forma que toman mis cachetes y mis ojos cuando me río. Sin embargo no dejo de reírme, y por eso lo odio, y por eso me gusta; porque es genialmente inevitable y soy esclava de mi sonrisa, que es lo mejor que tengo.
El problema de la cuestión reside en que así como me río hago reír a los demás. Y no me importa que la gente se ría, la mayoría de las veces hago que se rían de mi. Yo soy el chiste que les cuento, y no sé porqué se ríen de mi, no es gracioso reírse de la gente. A mi me molesta mucho que rían de mi, pero me encanta que me digan que soy genia porque se ríen de mi elocuencia, aunque yo sea la circunstancia y no me cause nada de gracia. Cuando tengo un problema y alguien se ríe, cuando digo la cosa más triste de manera graciosa, cuando me creo que se ríen de mi persona y que soy entera un chiste, ahí de verdad ya no es gracioso.
Hay cosas que no son risas que también hacen que yo parezca un chiste. Como lo que pasó hoy. Cuando el día ya venía terrible a mi se me ocurrió hacerme la graciosa, porque soy realmente graciosa, y me puse a revisar los perfiles de la persona que más se río de mí con y sin mi permiso; y plaf, sentí esa miseria que sentís cuando no te sentís nada.
Porque aunque me traten de exagerada, para algunas personas yo soy un chiste y para otras soy nada. Así yo no puedo reírme, por más gracioso que me resulte todo. Porque de verdad muchas veces siento que la vida se ríe de mi. Cuando me pongo seriamente en ridículo con alguien a quien veo a diario. Cuando le sigo el paso a un desconocido aún cuando me puso una barrera adornada con girasoles, cuando vuelvo una y otra vez al pasado para comprobar que era malo y aburrido, pero volvería mil veces más. Cuando pienso que merezco que la vida se ría de mi porque soy un chiste, en realidad el chiste lo tengo en la cabeza.
Es que el día que aprenda que los chistes son de la boca para afuera, y que mi vida es de verdad y no es solo graciosa; ese día tal vez todo se transforme y reírme no va a ser una sensación tan fantástica y punzante a la vez. No sé cuando va a llegar el momento, pero mientras tanto les doy permiso para que se rían, pero que al menos uno se ría conmigo, así tengo con quien reírme.
0 imaginantes:
Publicar un comentario