martes, 3 de diciembre de 2013

Criptonita

Todas las personas deben tener un punto débil y de inflexión frente al otro. Un talón de Aquíles, ese pedacito de hectárea en el el que es imposible no ceder, no rendirse ante lo inevitable.
Remitiéndome a mis hechos, no todas las personas son capaces de generar algo en mi. A veces siento que soy impermeable, aunque quizás me haya comido el personaje, de veras pareciera que resbalan en mi las cosas que me dicen, las experiencias de otros, las preguntas, los consejos, sus modos de ver, lo que sea. Pero no hay nada que sea indestrutible, ni siquiera el (que quiere ser) invencible chabón ese de hierro. Si al tipo que vuela y rompe meteoritos, una piedrita verde puede volverlo de papel ¿cómo no va a pasarle nada a este cosito impermeable que acampa adentro mio?
No hay cosa más complicada que ser visto por alguien, que te vea de verdad, hasta en donde vos no te querés ver, que festeje lo que sos y quiera compartir un poco de eso; y ahí nomás se aburra y empiece a actuar como si nunca hubiera sido como la piedra verde, volándole el sobretecho a la carpa de la impermeabilidad.
Lejos de ser amiga de las odas y los elogios, escapa de mi mente el comprender por qué alguien querría poner tantos esfuerzos en crearse un mapa del interior de otra persona que después no va a usar para nada.
Recién ahora, con mucho esfuerzo, comprendo que la forma para quién sea, de tocarme como criptonita en lo más profundo de mi ser, es llenándome de caminos nuevos que más tarde no va a recorrer. Tantas veces presa de ese mal, escapan de mi horizonte quienes buscan abrir caminos y no abandonan la nave. Es que, ay, si ya me viste y ahora no querés mirarme más; necesito, mínimo, que me expliques que pasó. Y si puedo convencerte de que me mires de nuevo, mejor. No puedo romper de ninguna manera este lazo inexistente que nos une, porque ahora sos el mejor forastero que jamás buscó abrirse camino, hasta que otro me vea maravillosa por un par de horas y se le pase como a vos, entonces tu fantasma va a tener otro que lo remplace, felicidades.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Agua qué hay en la luna.

El agua se caía de la luna como agua que cae al río como catarata como la ola cuando rompe en las piedras y salpica como charco atravesado por una moto cuando llueve como la ducha encendida como la lluvia con sol como el agua que se caía de la luna. Pero la luna no tiene agua. El agua es un espejismo porque la luna está seca y si no cae agua no cae la luna como agua que cae al río porque la luna es un espejismo porque estamos ciegos porque no podemos ver el agua que cae de la luna que no cae nada porque la luna es un espejismo pero cae toda porque es como la ola en las piedras la moto y el charco la ducha encendida el agua que se caía de la luna como la vida que se cae como el agua como la luna que también es un espejismo.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Muerte

No digo que quiera hablar sobre muerte. Nadie quiere hablar sobre muerte cuando la vida en la tierra es tan linda y hay tanto que probar. Es mucho más fácil de lo que parece, digo, hablar de muerte. Porque la muerte está en todos lados. Un poco como muerte, y un poco como otras cosas. Tampoco me parece que sea tan mala la muerte, porque es la que le da sentido a la vida; a no dejar todo para mañana porque de a poco se termina el tiempo. Ese tiempo que en realidad no existe, pero existe, porque si la vida se agota hay que medir cuánto queda para no matarnos demasiado temprano.
En realidad me parece que cuando digo muerte lo que quiero decir es más bien algo como esto; el colchón de la cama hundido, los cajones a medio cerrar, el espejo sucio, el escritorio lleno de cosas, la montaña de ropa arrugada en la silla, las medias sucias por el piso, la repisa bañada de polvo, los libros desordenados, cables enredados en una caja, dibujos sin terminar apilados en un rincón, velas consumidas. las paredes con manchas de humedad, la cortina rota, las bolsas vacías, los papeles de caramelo en el piso, el polvo de una sombra rota esparcido por el acolchado, el despertador sin pilas y los lápices sin punta. Porque muerte no es morirse desangrado, o de un paro cardíaco, o dejar de respirar. Muerte es taparle las cañerías a las ganas, hacerle un piquete a los planes por nacer. Muerte es que no te den ganas de terminar nada de lo que empezás, no querer el lugar en el que estás, elegir cualquier cosa antes que elegirte. Muerte es hacerte amiga del hueco del colchón, de los papeles de caramelo, los dibujos sin terminar y el polvo que se acumula en los muebles. Muerte no es tanto morirse, sino más bien dejar que la vida te mate.
Yo no quiero guardar la ropa de la silla, ni sacarle punta a los lápices. Yo no quiero que la vida me mate.

viernes, 16 de agosto de 2013

Raíces en el cielo

Uno bien suyo, el más importante y soñado de todos, había sido el sueño de volar. Desde muy chico había visto a los aviones pasar, de un lado para el otro, le llamaban la atención. En su barrio todos se tapaban los oídos cuando alguno pasaba un poco más cerca, pero a el le gustaba el ruido, la forma en que hacían vibrar la tierra, el silencio que dejaban cuando se alejaban, y nunca dejaba de preguntarse por qué volaban. Pero más que nada lo encandilaba el aleteo de las palomas. Nadie prestaba atención a las palomas, estaban por todos lados, parecían un plaga y no hacían más que molestar. Pero para él no significaban solo eso, las palomas sabían volar, planeaban con sus alas y podían transportarse de un lado a otro surcando el cielo, dibujando formas en el aire, acariciando a las nubes.
El tiempo pasó, los años terminaron uno detrás de otro, y él no dejó de mirar a diario a las palomas y la destreza con la que movían sus alas. Llegó cierto día el momento de elegir una profesión. No había dudas, él quería volar. Volar muy alto, volar todos los días, como las palomas; conocer el cielo, ser parte del cielo, ser del cielo. Parecía entonces ideal y única solución el plan de estudiar aviación, una vida dedicada entera a volar.
Lo hizo entonces. Se recibió de piloto con honores y comenzó a volar con mayor frecuencia cada vez. Desde pequeño soñaba con volar y ahora era él quién conducía las naves que alguna vez había contemplado celoso desde el suelo. Sin embargo, no se sentía del todo satisfecho. Él quería volar, bien lo sabía, él quería conocer el cielo; pero quería no solo conocer el cielo, él quería ser del cielo.
Llegó a ser un gran piloto. El primero en la compañía, los mejores horarios y destinos, fines de semana libres y un salario que no solo alcanzaba sino que sobraba. Había sido condecorado varias veces, y era respetado entre los aviadores más respetados. A los ojos de los demás cumplido su sueño, pero su corazón estaba triste porque, aunque casi a diario sobrevolaba tierra y mar, nunca había conocido el cielo. Su sueño de volar lo miraba incompleto, después de tantos años.
Todavía seguía envidiando a todas esas palomas que teñían de diferentes grises la ciudad. Estaba encerrado en ese destino privilegiado. Encerrado, como en una pecera, del otro lado del vidrio lo saludaba el cielo, ese que por haber echado raíces en la tierra nunca pudo alcanzar.
Al final aprendió a querer al suelo. Él, bajo sus pies, le había dado todo lo que tenía y no podía pedir más. Tenía que reconocer que nadie había estado más cerca que él, del azul que lo envolvía cada vez que trataba de alcanzarlo. Todavía le faltaba mucho suelo para ser del cielo.

martes, 30 de julio de 2013

¿Que qué es querer?

Si por algún motivo me hicieran responder cómo darme cuenta de que quiero a alguien, si nunca quise y digo que no sé querer; diría que no tengo respuesta para tal pregunta, pero sé que estaría mintiendo. Sí sé cómo darme cuenta de que quiero a alguien, aún cuando ese alguien es nadie y lo que quiero es poder quererlo.
La verdadera respuesta diría de mí que quiero a alguien cuando quiero que caminemos por la calle juntos, vayamos al cine, comamos helado, miremos Los Simpson, durmamos la siesta, ordenemos libros en estantes, y nos miremos al espejo. Sabría que quiero a alguien si me muero por su nariz, si no me importa que zapatillas tiene puestas, o si la remera que está usando combina con el pantalón. Si quiero verlo peinado o despeinado, si me gusta cuando se queja, o cuando bosteza, o tiene calor. Si quiero conocer qué cosas lo ponen de mal humor, si se me viene a la mente cuando necesito decirle a alguien que algo me asusta o me da bronca, de seguro sería porque lo quiero. Si quiero saber cuántos abrigos usa en invierno, o averiguar si prefiere el ventilador antes que el aire acondicionado. Si con frecuencia forma parte de mis sueños con los papeles más insólitos y quiero seguir durmiendo para que no se vaya. Cuando quiero conocer las cosas que le gustan o me pregunto cómo será con el resto de las personas. También si busco coincidencias estúpidas entre nosotros. Si me pasa que ver su sonrisa aunque sea en una foto me provoca a mi sonreír, y no puedo evitarlo aunque sea asquerosamente cursi. O cuando puedo proyectar mi imaginación mucho más lejos de lo que habitualmente puedo si es que está en mis pensamientos. Si siento deseos de contarle muchas cosas de las que generalmente no hablo porque me dan vergüenza. Cuando cierro los ojos muy fuerte y tengo ganas de gritar porque una supernova está por explotar en mi pecho. Ahí es cuando me doy cuenta de que estoy frita y digo, aunque diga que no sé querer porque no, si supiera serías la primer opción.
También yo sé que en realidad casi no nos conocemos porque no. Pero, a veces y todavía, me doy cuenta de todo esto y hago como que no sé aunque quiero que me digas, ¿Qué decís vos?

domingo, 26 de mayo de 2013

Vestite y andate

Creo que ya elegí ropa para esta noche, voy a ir en pollera y remera. No, en pollera y camisa. O capaz puedo ponerme un vestido. Aunque tengo una remera nueva que quiero usar. Pero la remera no combina con los zapatos que quiero ponerme. No sé si me importa más la remera o los zapatos. Tengo que ver como combina la remera con la pollera bordó. Si queda mal no sé si quedarme con los zapatos y la pollera, o si quedarme con la remera y cambiar el resto. Ahora que lo pienso, esta remera me queda mal; es muy suelta y no es lo suficientemente escotada, estoy horrible. A ver, está el vestido con flores, y ese que tiene rayas, y el de las cositas de colores, el negro a lunares el otro de flores; no, pero ese último es muy de día. Sino puedo ponerme uno de los vestidos negros, aunque así voy a estar demasiado bien vestida. Puedo probar con la camisa negra transparente, aunque estoy usando un corpiño blanco y queda espantoso, mierda. Vuelvo con la opción de la primer remera, capaz si me cambio la pollera por una más corta y ajustada no queda tan mal. Así puede ser, aunque parezco una bolsa de papas, tampoco es que me van a mirar tanto. Ahora tengo que cambiar los zapatos. Tacos no quiero, botas no quiero, capaz zapatillas y al carajo todo. Ay, tampoco, con esta remera y zapatillas parezco un pibito. La otra camisa y zapatillas no combinan.Quizás alguno de los vestidos, pero hace frío ya, me voy a querer matar cuando espere el bondi para volverme. La otra remera que podía ser está para lavar, y con pantalón no tira nada ir. Sino no combino y ya fue, total quién se va a fijar. Creo que azul con bordó pegan, por ejemplo, puede ser esa remera azul con la pollera bordó. Y resulta que ese conjunto también es horrible y estoy espantosa. Un placard lleno para nada, qué mierda todo, no tengo ropa. Nada me queda bien. Me cago en todos, así yo no voy. Listo, aviso que no voy.

viernes, 24 de mayo de 2013

A prueba

No sé en qué momento todo esto dejó de tener sentido. No consigo darme cuenta de cuál fue el preciso instante en el que de verdad me volví loca, loca por vos. Creías que lo estaba desde antes, eso te había gustado de mi, y eso mismo fue lo que te alejó rápido. No estaba loca, de verdad no lo estaba, no hasta que vos no hiciste que lo estuviera.
Un día me invitaste a volar muy alto. Estabas poniéndome a prueba. A mi me dio mucho miedo volar así, casi ni te conocía, podía caer y perder todo; podía no querer volar y no saber como volver a la tierra si vos no me ayudabas. A mi me dio miedo y lo arruiné.
Pero el problema fue entonces, cuando me pareció que sí quería volar y el destino me pegó unas patadas para que lo intente. ¿Para qué? Tendría que haber imaginado que tan solo estabas poniéndome a prueba. Esa falencia en mi percepción y el poco sentido de este todo que también era una nada tuvieron la culpa. Yo no quería probar esto de enloquecer, eso dije desde un principio. Ahora, por favor, córtenme estas alas que son de hierro y me van hundir bajo tierra.

jueves, 16 de mayo de 2013

Dormir

Qué porquería el Invierno. A mi Me gusta. Y a mi no, es una mierda. Abrigarse es lindo, y dormir abrazados, y... Pará, ¿dormir abrazados? ¿qué es eso? ¿vendés colchones vos? No, no sé, pero en verano te cagás de calor durmiendo con alguien, tenés que reconocerlo. Meh, reconocer nada, si a vos te gusta sufrir el frío cosa tuya, yo duermo con quien quiera cuando quiera; al carajo esas mersadas de la cucharita y el no sé que, poesía barata. Bien que te gusta más dormir con alguien que con nadie. "Con nadie", con nadie es una decisión. Claro. Posta te digo, no me van esas boludeces del amor, y el frío, y el amor, y abrazame, y el amor, y vení a dormir conmigo que tengo frío, y el amor, y ay necesito atención todo el tiempo; tus pies fríos a mi no, atragantate con un té anti-gripal. No te creo. No me creas. Si decís que no te gusta es porque no tenés. Si digo que no me gusta es porque hasta que no me pase que me guste no me va a gustar. Ah, que fácil todo. ¿Qué querés? ¿qué llore amor y le pida abrazos a las bufandas? me cago en el frío y en el amor, o al revés, en el amor y en el frío, son lo mismo. Perdiste, no estabamos hablando de amor, ni de mersadas, o sí, de mersadas sí; halábamos de dormir con alguien para pasar el frío. Perdón, hablabamos de que el invierno es una mierda, y de que llenar la cama no justifica frío; si necesitás frío para meter a alguien en tu cama perdiste vos. No perdí yo, perdemos todos todo el tiempo; vos quejándote de cualquier cosa, yo tratando de justificar la limosna que es pedir un abrazo una noche de invierno. ¿Qué gracia tiene esta conversación? No sé, vos empezaste. No, vos. Bueno, ya fue, ya me dijiste todo lo que pensabas; seguro que si te invito a dormir esta noche o cuando sea vendrías aunque haga frío. Ajam, ¿vos decís? y yo creo que vos me invitarías aunque fuera 7 de enero con 45° a la sombra. Sí, tenés razón, bueno, ¿y entonces? ¿Entonces qué? No sé, nada, entonces nada. Ah, está bien. Bueno, creo que me voy a acostar a ver si duermo algo. Está bien, yo también quiero lo mismo. ¿Qué querés? ¿dormir o acostarte acá? No sé, lo que sea. Sí, ya sé, todos queremos lo mismo. Bueno, andate si te ibas. Ah, listo, si me lo pedís así me voy. Sí. Okey, chau. Chau vos, dormí.

sábado, 20 de abril de 2013

Cara de paisaje

A veces me olvido de tu cara. No es que me la olvide realmente. Digo, la vi tantas veces que no tengo ni que pensar cuando te recuerdo. Igual me olvido, de como movés las cejas, de cuán recta es tu nariz, de si te mordés o no el labio, de cómo se siente tu piel cuando te afeitás. Y me acuerdo de tu cara como me acuerdo de un paisaje, con vida pero inmóvil, una foto permanente. Sin expresión, vacío, porque así eras, vacío. A toda hora, todos los días, todo el tiempo, vacío.
A mi tampoco me gustaba jugar al romanticismo, ¿para qué? Es otra forma de mentirse. Lo que sirve es ir de frente, como salga pero ir. Eso te decía siempre. Tu problema era ese de no ir a ningún lado. Tampoco le veo la gracia, y por eso digo que tu cara es como un paisaje. Hermoso pero lejano, inmóvil e inmenso, sublime pero aterrador.
Otras veces me acuerdo de algunas cosas, una sonrisa quizás, pero no de cómo movías las cejas, o de si te mordías el labio. Esos son detalles, y entre nosotros no había detalles. Me acuerdo de todo lo que era relevante, de todo lo que era todo. De tus manos, de cómo me tocaban, de que tu pelo me hacía cosquillas cuando te apoyabas entre mis hombros. De tu respiración, rápida y después más lenta, después rápida de nuevo. De los besos en el cuello y de que me mordías las orejas, de que durábamos para siempre entre las cuatro paredes de tu monoambiente con ventana al pulmón del edificio, aunque no duramos.
Igual lo de las orejas sí es un detalle, pero no había mucho detalle entre nosotros, no lo necesitábamos. Tampoco al romanticismo, podíamos mentirnos de otras maneras. Yo te mentí, cuando te dije que así ya no quería no era cierto. Te mentí, no era por los detalles, pero nunca pude decirte eso del paisaje inmóvil, y de cómo me asustaba y me gustaba quedar atrapada ahí adentro de la foto. No quería detalles, y creo que te diste cuenta, pero no hiciste nada. Vos no querías darme detalles, porque nunca hacías nada, porque no ibas a ningún lado. Porque eras un paisaje, pero también eras el monoambiente, y no te asomabas ni a la ventana porque daba al pulmón.
Ahora creo que extraño tu respiración y lo de las orejas. A veces me olvido de cómo es tu cara y, si lo pienso mejor, creo que me molestaba cómo movías las cejas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Sentido

Abro los ojos, quiero volver a cerrarlos. Los cierro pero tengo que abrirlos. Me levanto porque no me queda otra. Bajo la escalera con los ojos cerrados de nuevo. Me mareo y me salvo de caerme por un pelito. Me ducho, la ducha es aburrida. Nada tiene sentido. Me pongo lo primero que encuentro porque no me importa que me miren, aunque al final no me gusta como me queda y tardo mucho en decidirme. Me esperan con el motor del auto encendido, casi no me doy cuenta y salgo con el cepillo de dientes en la boca. Llego tarde a trabajar, porque llegar temprano es darle demasiada importancia. Trabajar es una porquería. Nada tiene sentido. No tengo ganas de saludar a ninguna de las personas con las que trabajo. Serán muy simpáticos pero no me interesa que formen parte de mi vida. Me pagan por estar cerca suyo unas cuantas horas al día, nada más. Una me cae mal porque tiene onda con el compañero con el que yo estuve hace un tiempo. Ni siquiera me interesa, pero me cae mal de todas formas. No sé por qué me pareció buena idea en su momento, no sé porqué me repele esta chica si a mi no me hizo nada. No, no me interesa. Mi jefa habla en tono neutro a veces, a mi eso me parece demasiado estúpido. Quisiera estar usando el celular, pero me miran de reojo cuando lo agarro y empiezo a tocar la pantalla. No veo la hora de irme. Me molesta abrirle la puerta a todas las señoras que vienen a hablar sobre sus hijos y sonreírles como si. Le grito al teléfono cada vez que suena porque odio atenderlo. Espero que nadie se de cuenta de que en realidad estoy disimulando mi cara de orto. Voy a tuitear que odio todo. Lo tuiteo, no me responde nadie. Todos me ignoran siempre. Nada tiene sentido. Hoy no voy a almorzar, no me hace falta. Ya casi es la hora de irme. Podría comprar ropa cuando salga de acá. Puedo probármela y mirarme en el espejo, y amarme, y odiarme porque me queda mal, y comprarla igual porque algún día me va a quedar bien. Ahora estoy yendo a almorzar. Al final no me aguanté. Quiero una milanesa napolitana con papas fritas y una coca de 600, por favor. No tengo términos medios, entre el no-almuerzo y esta bestialidad no había otra opción, una lástima. Ya me siento mal de todo lo que comí, pero no quiero dejar nada. Voy a comer hasta la última papa frita. No sé ni qué hora es porque no traje el reloj, y no quiero salir del juego para mirar la hora en el celular. Siempre me olvido el reloj porque siempre me olvido todo. Hace poco que uso reloj, además. Había dejado de usarlo a los 17, para poder mirar la hora directamente en el celular. En realidad hacía como que miraba la hora en el celular, pero quería ver si un chico me mandaba mensajes y esa era la única forma de disimular mi demencia. Nada tiene sentido. Estoy probándome una pollera, es un talle más chico que el mío pero me cierra. De ahí a que me quede bien hay un abismo. Si no hay una más grande la voy a llevar igual, era cierto lo que decía antes sobre comprar. Al final había, mejor, tenía que comprarla porque salió solo cuarenta y nueve pesos. Recién ahora miro la hora. Se hizo tarde y no llego ni ahí a la facultad. A quién le importa que yo llegue tarde. Si nada tiene sentido. Siempre que viajo en colectivo creo que es el peor viaje de mi historia. Este es el peor de verdad. Llevo una hora acá arriba y no estoy ni a mitad de camino. Llego una hora tarde a clase y el profesor dice en voz alta que no tenemos que llegar tarde. En la clase me va horrible porque es práctica tenemos que hacer cosas que yo no sé hacer muy bien. Aparte a mi me da mucha vergüenza todo. Quiero que termine la clase porque tengo que irme rápido para otro lado, y no termina, no termina nunca. Ya fue, me estoy yendo antes de que el profesor termine de hablar. Ni siquiera sé para qué hago esto. Digo, yo soy la que elije estudiar, ya sé, pero no me interesa nada estudiar  Quisiera tener la posibilidad de no hacer nada y que no esté socialmente mal. No sé detrás de qué estoy corriendo. Nada tiene sentido. Como si fuera poco me lleno cada día de más cosas. Ahora no sé si empezar Canto o conseguir una psicóloga. Pongo todas las cosas en el mismo rango de importancia. No sé cantar, no sé tomar decisiones serias. Más o menos es lo mismo. Voy durmiendo en el colectivo pero está empezando a dolerme el cuello, y si no me babeé todavía está por pasar ahora. Debería despertarme porque ya casi llego a casa. Capaz no voy a ningún lado ahora. Me apuro para llegar pero no tengo ganas. Si lo que quiero es quedarme tirada sin hacer nada. Mi cama es el lugar perfecto. Tengo que caminar seis cuadras hasta casa. No me gusta caminar por acá porque todos tienen pinta de que podrían llegar a robarte y si después no te pasó nada te sentís la peor persona por haberlos juzgado mal a todos. Quiero tomar Coca Cola. Mientras, no entiendo cómo hace la gente que roba, yo no podría ni aunque quisiera. Capaz soy muy buena, capaz muy pelotuda, pero no puedo entrar en la cabeza de alguien que cree que puede justificar el sacarle a otra persona una cosa suya. Nada tiene sentido. No quisiera prender la computadora porque me cuelgo y no hago nada más. Pero ya lo estoy haciendo. Facebook es una mierda de aburrido. No me interesa lo que le pase a nadie de las personas que conozco. Ay, alguien acaba de comentar una foto que subí a Instagram. "Qué lindos ojos que tenés". No puedo evitar sonreír y querer devolver el halago con un abrazo cargado. Así de la nada me cambia el día. Como si todo tuviera sentido. Yo creo que las personas vivimos para otras personas, o para nosotros, que también somos personas. El resto, todo, no tiene sentido.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Lenguaje Visual


Hoy tuve clase de Lenguaje Visual. No terminé de entender bien de qué va la materia. Tiene como ochenta niveles a lo largo de la carrera y son todos teórico-prácticos. Puede ser porque llegué tarde, y se me cerraban los ojos del sueño, y también porque estaba sentada en un costado, y desde ese ángulo tenía una vista casi panorámica de todos en el aula. Me distraje pensando en cosas, mirando a las personas. Nunca fui buena para prestar atención y nada más. Prestar atención es aburrido. Puedo escuchar mientras hago otra cosa, más aún, necesito hacer algo mientras escucho aunque no implique mover ni un músculo.
Estuve pensando en porqué estaba ahí, en esa clase, cuándo había sido que yo había tomado esas decisiones y de qué manera; Lo mismo pensé sobre el resto de los que compartían aula conmigo. 
Unas cuantas veces, gente que no tiene ni idea pero quiere opinar me dijo que iba a estar todo lleno de hippies ¿No es eso lo que puede esperarse del arte? Cosas como "preparate" o "vos vas a convertirte en una más". Por eso me resultó raro encontrarme con un único hippie en toda la clase, o al menos el único que en verdad se parece a uno. El pelo algo largo y desprolijo, una barba que ocupa el 90 por ciento de su cara, la ropa así no más y unas Topper de lona sucias. No parece muy mayor, así que tal vez es uno de esos hippies que son hippies subvencionados por sus padres. Hoy le discutió a la profesora que una fila de luces de Led no forman una línea porque no son puntos. A los hippies les molesta no tener razón. Pero, además de él, no había hippies. Algunas chicas con pelo de colores, el must si querés ser Cool y transgredir. Otras rubias de pelo largo con pantalones chupines y plataformas, casi todas tenían cara de pretenciosas. Y no puedo dejar de mencionar ese grupo de chicas que se creen distintas y despreocupadas, pero son como todas las demás. Flequillo cortito y quizás desparejo, y un estilo entre moderno y hippie; combinando estampados raros con prendas de moda, y poniendo cara de intelectuales y desentendidas. Después había mucha gente con lentes de marco grueso, otros tantos con Zapatillas Vans; y el resto era de esa de esa gente que nada, su cara no dice nada, su ropa tampoco, ni su pelo, ni los gestos que hacen, ni tampoco lo que dicen. No sé cómo hacen los nada para ser nada y no ser algo.
Hubo algunas personas que me llamaron la atención en particular. El chico ese con la remera de los Rolling Stones, era diferente a todos porque tenía una remera de los Rolling Stones. Una chica con el mismo corte de pelo que yo pero teñido de un fuccia estridente. Ese par de amigos raros, ella tenía una mochila rosa, de esas inflables que se usaban a fines de los 90 y a principios de los 00. Cerca de ellos también estaba un chico que no tendría más de 19 años, al que se me antojaba mirar de reojo a cada rato, mientras él miraba todo con cada de entre miedo e interés, las dos cosas a la vez. Creo que si hubiera tenido mi edad o hubiera sido mayor ni lo hubiera mirado, pero algo en su cara de adolescente me hacía volverme hacia él todo el tiempo. Otra medio dientuda estuvo llamando la atención toda la clase, comentando cosas que no venían al caso y me pareció de verdad insoportable. Y al último que recuerdo, es a ese que me hizo acordar a un personaje de una serie que miro, del cual estoy platónica y verdaderamente enamorada. No se parecía tanto, pero hizo un gesto muy similar al suyo con las cejas y cautivo también mi mirada por unos instantes.
El caso es que en realidad tenía mucho sueño y no me importaba la gente que tenía al rededor, más que para asegurarme de que no se dieran cuenta de que se me cerraban los ojos. Estaba en primera fila y a menos de dos metros de los profesores. En realidad ellos estaban en primera fila para ver como me dormía la primera clase. Entonces me puse a pensar en porqué estudiarían arte todos ellos, qué pensaban que podían hacer, qué especialidad habría elegido cada uno. En realidad solo me preguntaba si ellos se sentían tan extraños y descolocados como yo. Porque todavía no entiendo como una puede estudiar para ser artista, o directamente ser artista, cuando en la sociedad actual tenés que ser algo y no alguien.
Para entonces ya había vuelto a un estado en el que podía al menos mantener los ojos abiertos y dejé todo eso para ponerme a prestar atención al profesor, que hablaba sobre el ingreso del video al arte contemporáneo  Mencionó un par de muestras en las que el video fue parte importante, entre ellas mencionó una de Duchamp en la Fundación Proa, a la que quise ir pero no encontré momento mientras duró. Acompañando eso dijo "ah, claro, a esa no fueron porque ahí no habían decidido estudiar arte todavía", un imbécil. En realidad me había caído simpático, pero eso que acababa de decir era innecesario e incisivo. Aunque creo que nadie le prestó atención, a mi me molestó, porque si no me conocés no opines ni me rebajes, aunque seas el más groso del universo. De todas formas no tenía nada contra él, y estaba a gusto en la clase, aún quedándome dormida. Así que lo dejé.
Lo gracioso es que minutos antes de ofenderme había estado haciendo lo mismo con todos mis compañeros. Y me resultaba muy gracioso pensar en que yo también tenía Vans y lentes de marco grueso, que en algún momento de mi vida fui un intento de hippie mantenida por mis padres, había caminado sobre plataformas  había pensado en teñirme el pelo de un azul eléctrico muy llamativo y hasta tengo el flequillo cortado como esas con "cara de intelectuales y desentendidas". Inclusive puedo decir que tengo algo de miedo cada vez que entro al aula, y si no comento nada en clase como la dientuda es por culpa de ese miedo. Resulta que al final eramos todos lo mismo, y estábamos por el mismo motivo, aunque capaz la mayoría no supiera cuál fuera; al menos yo no sabía, ni sé todavía. Odio estudiar, y no me gusta tener que estar con gente que no conozco. Pero sí que me gusta poder elegir lo que hago, aunque no sepa porqué. Por eso creo que no importa si soy hippie, pretenciosa, o me creo distinta y despreocupada, ni si voy a teñirme el pelo del color que sea. Importa que quizás un poco entendí, que aunque no sepa bien nada quiero elegir disfrutar, y disfrutar de lo que elijo. ¿Si la vida no es disfrutar  qué es entonces? También saqué la conclusión de que los hippies están extinguiéndose. Y debería averiguar un poco más sobre Lenguaje Visual, porque sigo sin tener idea de qué va.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Me decís

Te veo que decís cosas
me veo en las cosas que decís
me veo porque no estoy en ninguna
no sé como hacer para estar en tus cosas
quiero que me digas

sábado, 2 de febrero de 2013

Tostadas light y cuando alguien se sabe tu nombre.

Habían pasado como tres o cuatro días. O, no sé, quizás una semana, dos días, veinticinco. No sabía muy bien qué día era pero me pareció que era hora de volver a comer. Nunca me había pasado eso de no querer comer cuando me ponía triste. Pero es que esta vez no estaba triste, estaba más bien como muerta, como un sobre de sal usado; no está del todo vacío pero está roto y la sal que le queda va a ir a parar a la basura.
Tampoco sabía qué hora era, pero supuse que no podían ser más de las 11 de la mañana. El sol no estaba tan alto en el cielo, y aunque hacía días que no miraba un reloj todavía tenía el poder de diferenciar día y noche. No hacía mucho había sido de noche. Lo sabía porque no había podido dormir casi nada. Mientras llorás, si llorás muy fuerte y tenés ganas de seguir llorando no te podés dormir.
Lo mejor era ir a comprar algo para desayunar, lo que fuera. De repente tenía un hambre que podía atravesar paredes y comerse hasta las nubes que no había en el cielo esa mañana. Lo que seguro no pensaba hacer era vestirme. Era otoño y, la verdad, no hacía frío pero me puse la primer campera que encontré, y salí con la ropa que tenía puesta hacía ya más de un día. Por suerte el chino está a media cuadra, no te cruzás a nadie en media cuadra.
El supermercado chino de la esquina seguía tan horrible como siempre. El tipo de la caja con la uña del meñique larga, nunca quise ni imaginar en dónde mete esa uña amarillenta. Los pisos mal lavados, las góndolas con los productos medio, del todo, desordenados. El carnicero con la heladera-mostrador semi vacía, con los cuchillos en la mano, esperando que alguien le fuera a comprar aunque sea un cuarto de carne picada. Toda esa gente me conoce porque voy siempre a comprar ahí, pero me pareció una gran idea ignorar los saludos de todos y concentrarme en mi desayuno. Pensé en comprar cereal, pero me paré frente a los cereales y casi me largo a llorar de nuevo cuando vi los que él siempre compraba. Después pasé por las heladeras y sentí que me dolían los huesos cuando vi el yogur de frutilla y todos los tipos de quesos que vendían, porque él también tenía ese hábito horrible de mezclar cualquier cosa y solía desayunar yogur con un sandwich de queso y lo que encontrara para ponerle. La verdad que eso me parecía casi tan asqueroso como las uñas largas del chino de la caja, pero era mucho más lindo verlo comer que decirle que sus combinaciones alimenticias eran una porquería. A mi siempre me gustaba mirarlo haciendo cosas. Comiendo, mirando la tele, haciendo no sé qué en la computadora, mientras elegía qué ropa ponerse, cuando intentaba rascarse la espalda. Era como una enfermedad lo que tenía, porque el 99% de las veces era un tipo muy poco interesante, pero aún así no podía dejar de mirarlo. Y ahora me pasaba que salía hasta la esquina y  lo veía en todas las cosas que quería comprar; porque también era fanático del pan lactal, aunque es un pan de mierda. Le gustaban todas cosas de mierda, y a mi me gustaba todo lo que le gustaba porque yo también era una pelotuda cuando estaba con él. Al final terminé comprando unas tostadas light de esas que ya vienen hechas y son como comer cartón, porque lo único que no le gustaba era la comida de dieta. Iba a untarlas con ese queso crema horrible que tenía en la heladera desde no sé cuándo. Total, de última, de algo hay que morir.
Agarré también comida como para preparar almuerzo y cena, nunca sabés cuanto puede durar el pico de ganas de vivir después de días enteros de depresión extrema e injustificada. Abajo de la campera todavía tenía el pijama, y no me había peinado para salir a la calle. El chino me miraba raro mientras iba pasando todo lo que iba a llevar. A mi la verdad me importó un cuerno, porque por lo menos yo no tenía una uña larga y amarilla como la suya; si pasaba por la ducha y me calzaba cualquier vestido, ya parecía una persona decente de nuevo.
Pagué con unos billetes arrugados que había encontrado hechos un bollo arriba de la mesa en la cocina. Tuve que usar unas monedas que estaban en el bolsillo de la campera porque sino no me alcanzaba, siempre me olvido de salir con plata suficiente. Para esa altura la mirada del chino me había puesto un poco nerviosa y lo único que quería era irme de nuevo a mi casa donde nadie me miraba, para untar las tostadas lejos de cualquier uña larga oriental. 
Salí tan apurada y pensando en cualquier cosa que no vi que justo entraba alguien. Lo choqué con ganas y se me cayó al piso la bolsa, y un poco también la dignidad que me quedaba, que se escondía abajo de mi campera. Era mi vecino, ese que creo que vive en el piso de abajo, en el sexto. Siempre me lo cruzo en el ascensor pero nunca me animé a hablarle, porque antes solo tenía cosas estúpidas para decir. No me importaba el clima, la política, o el amor entre los famosos de turno que pasaban por televisión. Estaba ocupada mirando las cosas que él hacía; no mi vecino, digo el tarado de mi ex. Tenía ganas de comerme en cinco minutos todo lo que había comprado porque ahora me parecía realmente estúpido haber pasado días sin comer tirada en el piso, inmovil, pensando en porqué a mi y llorando con películas románticas y dramas. 
A todo esto, seguía levantando las cosas de la bolsa sin atreverme a mirar al del 6°, porque estaba toda sucia y había comprado tostadas light. Me fui muy rápido a mi casa, arrepentidísima de haber salido en pijama, no hacía falta. A nadie le interesaba mi estúpida depresión.
Ya fue, al rato me había olvidado, y el queso crema no estaba tan mal. Seguía untando las tostadas mientras buscaba algo para ver en la tele, no encontraba nada porque los sábados la tele es una mierda. Gracias a la tele había descubierto que era sábado, así que no tenía que encontrar una excusa para faltar de nuevo a trabajar. Mientras untaba la tercer tostada, pensando que aunque eran una porquería estaba muy bien volver a comer, sonó el timbre. No el de la puerta de calle sino el de arriba. Nadie tocaba ese timbre nunca, porque no conocía gente en todo el edificio. Cuando salí a mirar quién era no vi a nadie, pero había un cartel pegado del lado de afuera de la puerta. 
Qué bueno que nos chocamos hoy. Si no te hubiera visto así, despeinada, capaz no se me ocurría invitarte a cenar esta noche. Ah, me llamo Franco, sé que te llamás Paulina porque me lo dijo la del 7° b. Del otro lado del papel anoté mi celular. Espero que puedas, Franco.

P.D.: No te ofendas por eso de haberte visto despeinada, lo que trato de decir es que estabas muy linda.
Cualquiera lo que acababa de pasar. Era el vecino lindo del 6°, el del ascensor, el que acababa de verme en pijama y con cara de que llevaba una semana de depresión encima. ¿Sabría él que hasta hace unas semanas tenía novio y ahora ya no? ¿Qué era eso de dejarme un papel pegado en la puerta? ¿Por qué sabía mi nombre? ¿Qué iba a contestarle? Mientras lo pensaba comí como cinco tostadas más, no se puede tomar decisiones con el estómago vacío, y menos todavía si no comiste por una cantidad indeterminada de días. Para cuando se terminó el queso crema ya había decidido. En ese momento no me importaba mucho la góndola de los cereales ni el yogur de frutilla. Tampoco me interesaba agregar a mi vecino Franco como contacto en el celular, yo también iba a jugar. Busqué esa lapicera roja que me gustaba por cómo escribía, arranqué un pedazo del diario que tenía arriba de la mesa hace más de una semana, agarré la cinta scotch que me había llevado de la oficina, y bajé por escalera el piso que me separaba de lo de Franco, no tenía ganas de esperar un ascensor. Digo, no me interesaba agendarlo en el celular porque el juego tenía algunas reglas que acababa de inventar, teníamos que comunicarnos los dos por el mismo medio. Después de escribirle una nota y correr tras tocar el timbre subí a darme una ducha y ordenar un poco mi casa. No sé porque todavía tenía puesta la campera, pero me di cuenta de que hacía bastante calor aunque estábamos en otoño. Si no andaba en pijama, entonces, no necesitaba campera para ocultarlo. En poco rato había planeado hacer un montón de cosas esa tarde de sábado, el mundo parecía un lugar mucho mejor ahora que ya no estaba mimetizada con la alfombra del comedor. Lo que sí no planeaba hacer era peinarme mucho, tenía que mantener el estilo para esa noche.

martes, 22 de enero de 2013

El día que nacieron los nuevos recuerdos I.

Cuando ella decía que tenía vergüenza hablaba de verdad. A todos les parecía estúpido pero ella lo decía en serio. Le daban vergüenza muchas cosas. Desde que tenía memoria había sido así, extremadamente tímida. Hacerse la graciosa era su escudo, en esa cosa del chiste espontaneo se escondía de todo lo que le implicaba ser ella delante de algún otro.
No había mentido cuando decía que le daba vergüenza ir a su casa para conocerlo. Le parecía exagerado, pero aparte le daba mucha vergüenza. No se sentía segura de si misma, ¿qué iba a hacer si a él no le gustaba nada de ella y estaba en su casa? Estaba claro que en su casa era más complicado, y no gustarle a alguien siempre era una posibilidad. Era lo que acostumbraba. Si le hubiera gustado a alguien de verdad ahora no estaría sola, pensaba muy a menudo. En su razonamiento ella era siempre el factor que fallaba. Sabía que todo tenía que ver con todo, que esas ideas se habían instalado en su cabeza por todo lo que le había salido mal antes. Porque aunque algunas ideas y sucesos se hacían lejanos, nunca se iban de ahí. No conocía nada de esa tal resiliencia.
Por eso, entre otras cosas, no quería ir a su casa. La ponía sumamente nerviosa que de diez palabras de las que decía, al menos una hiciera referencia a que era linda, si no las diez. Ni siquiera la conocía, eso le respondía siempre, pero él igual decía que salía linda en las fotos y que seguro iba a ser linda. Todo era demasiado ridículo. Tenía que salir corriendo de ese cuento, encontrar que era lo que la tenía atada y siempre atenta a semejante pavada, y salirse enseguida.
Bueno, era obvio que eso de salirse no iba a pasar realmente, pero nunca pensó que iba a darse vuelta todo tan rápido. Poco después del mediodía del viernes ya tenía un reemplazo para el plan original, que había dado por suspendido después de la discusión de la noche anterior, iba a ver a una amiga con la que hacía tiempo no se juntaba. Justo a media hora de haber confirmado ese encuentro apareció él, como acostumbraba. – Me estaba por ir a dormir la siesta pero quería ver si todavía querés que nos veamos hoy. – Igual que siempre, se iba a dormir. Ella le explicó que tenía nuevos planes, pero que igual podían encontrar un rato para verse. No tenía ganas de seguir peleando por lo de la noche anterior, ya ni se acordaba qué había pasado. Él estaba por tirarse atrás una vez más porque se le daba mucho más fácil ser rechazado que armar planes sobre la hora. Pero justo a tiempo ella le dijo que arreglaran algo, que el otro plan podía esperar y que sí quería verlo.
Él solía decirle que nunca la entendía, pero ella estaba siendo muy clara, al menos esta vez. Hasta le preguntaba a qué hora y cómo tenía que llegar a su casa, más clara y concreta no podía ser. En un rapto de humanidad, él le dijo que primero la iba a llevar a cenar. No quería que fuera a su casa así de la nada, sin conocerse. A ella le pareció lindo y terminó de olvidarse de todo lo que la había hecho enojarse en esa semana.
Parecía asomarse el principio del fin de la relación cibernética complicada y sin sentido. Cuando se olía que todo estaba destinado a fracasar, finalmente iban a verse las caras.
Estaba todavía en el colectivo cuando dieron las 9 pm y le llegó un mensaje de texto. - Ya llegué, me vas a hacer esperar acá con el calor que hace? - siempre tan simpático él. Respondió enseguida, - yo estoy a pocas cuadras con el colectivo, estoy nerviosa y posta tengo mucha vergüenza, espero que me comprendas si me pongo colorada cuando te vea-. Estaba a segundos de conocerlo, esta vez era de verdad.

jueves, 17 de enero de 2013

Ah


- Mi mamá me dejó ir a comprarme un helado esta tarde. Ella piensa que salir por el barrio no es tan peligroso como dicen, que puedo ir sola y hasta quedarme un rato en la plaza. Me dijo que cuando era chica iba siempre a la plaza, pasaba más tiempo ahí que en su casa, y casi no miraban tele porque había pocos canales. Ahora no vamos nunca a la plaza nosotros. Estoy más acostumbrada a la compu, no existía la computadora cuando ella era chica, ¿entendés lo que es eso? no sé como hacían la verdad. Bueno, no sé, lo importante igual es que hoy quiero ir a comprar helado y un rato a las hamacas también. Pero no quiero ir sola, entonces quería ver si vos querés venir conmigo, porque el quiosco queda re cerca de tu casa y aparte también quiero invitarte un helado.
- Ay, pero no sé si puedo.
- Está bien si no podés, puedo ir sola. Igual yo no te pregunté si podías, te pregunté si querías.
- Ah.