Estoy escribiendo en este cuaderno, que costó como ochenta pesos pero tiene hojas lisas y un gatito en la tapa, porque necesito que aunque sea estas páginas de papel reciclado sepan todas las cosas que tengo adentro y nunca puedo decirte. No puedo porque no tendría sentido decirte nada, porque lo nuestro no son las palabras, porque ninguno de los dos las deja pasar.
A veces pienso que la soledad da tanto miedo que necesitamos hacer cualquier cosa para estar un poco menos solos, y ¿sabés? la mayoría del tiempo nos estamos haciendo mierda. No digo vos y yo, es una cosa de todo el mundo. Hacemos lo que esté a nuestro para que nos vean, porque a la vez nada de lo que hacemos tiene sentido si no nos están mirando. Perdí la cuenta ya de las veces que me contaron sobre gente que se trata horrible pero sostiene relaciones espantosas porque basura es mejor que nada. Y no digo que entre nosotros haya mugre, si así fuera no me tomaría el trabajo de escribirte, bah, de escribir esto que estoy pensando hace un rato. Hasta estoy considerando la posibilidad de mandarte todo en una carta por correo. ¿Cuanto saldrá una simple? La última vez que mandé algo me costó $2,50, ni me acuerdo para quién era. No sé que pensarías si recibís esto por debajo de la puerta, porque viste que lo nuestro no son las palabras.
Algunos días te miro fijo y prefiero quedarme callada, porque si dijera todo lo que pienso podrías asustarte y no volver nunca más. Otras veces necesito decirte que tengo mucho miedo. Miedo de que me quieras, y más miedo todavía de que no me quieras y te hagas humo en un instante. Siento que yo no brillo tanto cerca tuyo, pero no quiero hacerme invisible. Necesito que me veas, solo un poco. No sé si quiero mostrarte todo pero, por favor, no mires para otro lado. Me doy cuenta de que a veces caminamos como ciegos. No queremos ver nada de lo que pasa al rededor nuestro, mejor ni ver qué estamos haciendo. Porque quizás no estamos haciendo nada, o lo que hacemos está tan mal que mejor no mirarnos todavía porque no estamos listos para perdernos.
Es posible que de algún modo sea necesario que te diga lo que pienso para que sepas con quién estás por mirarte. Si te asustás es cosa tuya, y yo me salvo a tiempo de que me lances al vacío y pegues media vuelta sin dejar rastro. Porque cuando queramos acordarnos vamos a estar los dos metidos en una licuadora, bailando entre frutas de estación y hielo picado, atrapados entre nosotros; rompiéndonos la cabeza pensando en cómo salir sin esperar a que otro saque la tapa. No quiero que pienses que estoy exagerando, quizás en un tiempo hasta nos gusta el licuado y no hace falta que andemos esquivando frutas; pero dejame ahora que te cuente esto que pienso, aunque entre nosotros la cosa sea jugar a que no pensamos.
Si te llega esta carta por correo tené en cuenta que arranqué una hoja del cuaderno solo para contarte lo que pienso de nosotros, para reciclar esto que tengo adentro en vez de tirarlo a la basura. Y si no te llega jamás, es probable es que haya descubierto que es estúpido arruinar nuestra caminata lunar llenándola de gravedad cuando podemos jugar a que el universo es nuestro sin preguntarnos nada. En ese caso espero que lo nuestro no sean las palabras, por lo menos de acá a lo que dure nuestro universo.
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