Eso creía hasta que un día le paso lo que pasó. Estaba por salir de su casa a las 10:03, como todos los días, para ir a trabajar y escuchó que un florero se caía al piso. Lo primero que pensó era que si se volvía para juntarlo iba a llegar tarde a la oficina, pero no duró mucho ese pensamiento porque apenas miró para atrás vio a un hombrecito de un aproximado metro y medio sonriendo.
No podía ser cierto, ¿Que hacía un hombre extraño y petiso en su casa, y sonriendole? ¿Porque no gritaba, ni salía corriendo y llamaba a la policía? Algo le hacía confiar en que no era nada malo lo que estaba por pasar, aunque no estaba del todo en lo cierto.
El hombrecito estaba vestido de una manera muy extraña, los colores de su ropa no combinaban, pero le quedaban bien. Chaleco amarillo sobre una camisa anaranjada con rayitas rosas y un pantalón con rombos verdes y violetas. No podía jurarlo, pero parecía que brillaba, y sus pies estaban unos milímetros por encima del suelo, en el aire.
El hombre le explicó que en realidad ella no debía verlo, pero la caída del florero había arruinado el momento en el que él llegaba de incognito. Venía con la misión de definir con un hechizo su destino ese día. Había cometido el grave error de hacerse ver, y como si fuera poco le había contado porque se había presentado. La ley dejaba bien en claro que una vez que un funcionario del destino era visto, debía conceder al destinado el derecho de escuchar cual iba a ser el suyo.
Entonces ella, aunque no creía del todo lo que estaba pasando, lo escuchó. El hombrecito dijo nada más y nada menos: "Como estás escuchándome, solo voy a decir esto y sin nada de poesía. Vas a encontrar al amor de tu vida un diecisiete. El resto lo decidís vos. Au revoir!". Y apenas terminó de despedirse se esfumó en el aire.
El reloj todavía marcaba las 10:03. ¿Que acababa de pasar? No estaba muy segura de si lo que había vivido había sido real. La mejor decisión era olvidarlo y seguir con su vida.
Olvidarlo, era imposible. No creía que la magia existiera, ni que alguien pudiera manejar el destino de nadie más. Cada diecisiete caminaba por la calle mirando con mayor atención. Y ni hablar de cuando tenía que arreglar para salir con algún chico, "¿el diecisiete podés?" era la frase que se escapaba de su boca, sin que ella quisiera decirla.
En su mente se convencía de que nada extraño había pasado y que eso de ser recurrente en el diecisiete era una casualidad. Iba a volverse loca. De todas maneras, cada vez que había conseguido acordar encuentros para ese día alguna circunstancia hacía que no pudieran concretarse, o en el caso de que si ocurrieran, terminaban mal.
Tiempo después, cuando ya no pensaba en el extraño encuentro con el hombre de ropa colorida que brillaba, ni buscaba cruzar miradas con desconocidos; un día como cualquier otro, se levanto y salió de su casa 10:03. En el subte se encontró con un compañero de trabajo al que siempre veía por los pasillos. Nada raro, ¡que casualidad! pensó.
Hacía el mediodía, llamó al ascensor para salir a comprar el almuerzo. Él no solo entró detrás suyo sino que fue a comprar su comida al mismo lugar. Había decidido terminantemente que no iba a creer en fantasías, esas cosas del destino y los encuentros mágicos; así que no le llamaba la atención volverlo a ver, era normal, trabajaban juntos. Cuando salió al final del día lo encontró en la puerta, se hizo la distraída, porque no estaba segura de si él estaba esperándola. En el momento que la invitó a ir a tomar algo, hablando de que el destino los había cruzado otra vez, ella recordó que justo ese viernes no tenía nada que hacer y aceptó.
Hacía el mediodía, llamó al ascensor para salir a comprar el almuerzo. Él no solo entró detrás suyo sino que fue a comprar su comida al mismo lugar. Había decidido terminantemente que no iba a creer en fantasías, esas cosas del destino y los encuentros mágicos; así que no le llamaba la atención volverlo a ver, era normal, trabajaban juntos. Cuando salió al final del día lo encontró en la puerta, se hizo la distraída, porque no estaba segura de si él estaba esperándola. En el momento que la invitó a ir a tomar algo, hablando de que el destino los había cruzado otra vez, ella recordó que justo ese viernes no tenía nada que hacer y aceptó.
Aunque no estaba de acuerdo con eso del destino cruzándolos no se lo dijo y se limito a decir que si. Llegaron a un bar que estaba a unas cuadras, entraron y pidieron algo para tomar. Mientras hablaban de cosas irrelevantes, ella se preguntaba por qué había respondido con un "si" a la invitación.
Entonces algo se encendido en su mente como por arte de magia y no pudo callarse,"¡HOY ES DIECISIETE!" dijo en voz muy alta; tanto que algunas personas de otras mesas se giraron para ver quien había gritado. En un par de segundos mil cosas pasaron por su cabeza, el hombrecito, todas las veces que había intentado hacer encajar situaciones en los diecisiete que ya habían pasado, las casualidades, el destino, todo tenía sentido. ¿Se había vuelto loca? Era diecisiete de marzo, era él, tenía que ser él. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo confiar en lo que le había dicho un hombre extraño que flotaba sobre los pedazos de un florero roto? De repente volvió a la realidad. Él la miraba del otro lado de la mesa con su vaso casi vacío, confundido pero divertido al mismo tiempo. Tenía que ser. Y cuando lo vio sonreírle estuvo segura de que ese diecisiete, era el diecisiete.
En algún recóndito lugar del universo un hombrecito con ropa de colores festejaba porque sabía que, aunque había roto un florero, se acababa de completar su misión.
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